Siempre he pensado que lo peor de las monarquías no es el monarca, sino la corte que inevitablemente crece alrededor de este como las setas en el bosque apenas han caído las primeras lluvias. Un conjunto de allegados, amigos, pelotas, tiralevitas, chupópteros, marqueses, dinamarqueses y demás fauna con el denominador común de una afición inusitada por vivir de las rentas del apellido o el abolengo -algo parecido a lo que siguen pretendiendo los coburgos de estos alrededores o sus bergantes descendientes, arruinados todos pero no por ello menos execrables- que el Rey de España siempre ha sabido mantener a raya no solo por la cuenta que le trae, que también, sino por una aversión personal e innata hacia este tipo de gente. De hecho, afirman quienes lo conocen bien que jamás le ha perdonado a nadie que utilice su nombre, o cualquier forma de relación con él, para un propósito privado e inconfesable. Lástima que después de tantas precauciones en este sentido le haya ocurrido lo que le está ocurriendo en su propia casa. O en su propio palacio, si hemos de hablar con propiedad.

El asunto de Urdangarín no tiene buen aspecto. Decir lo contrario sería negar la evidencia. Sin embargo, el yerno del Rey todavía no ha sido juzgado y mucho menos condenado. Realmente, ni siquiera ha sido formalmente acusado de cargo alguno. Su condición actual es la de imputado. Una palabra que produce confusión entre quienes no son expertos en el manejo de la terminología jurídica, por lo que se estudia sustituirla por la de "investigado". En definitiva, el marido de la infanta Cristina a día de hoy solo está siendo investigado, sin que ello quite un ápice al mal cariz, insisto, que tiene lo aflorado hasta ahora acerca de unos hechos muy difíciles de explicar. Sin embargo, no podemos olvidar que este hombre, su mujer y sus hijos, al margen de cualquier cuestión de parentescos dinásticos, forman una familia. Se ha dicho y repetido hasta el aburrimiento que Iñaki Urdangarín y Cristina de Borbón no son personas anónimas. Desde luego que no. Ocupan un lugar en el esquema del Estado diferente al de cualquier ciudadano español. ¿Es este un motivo suficiente para el acoso que están sufriendo? Si Urdangarín no puede defenderse airosamente de las acusaciones contra él en el caso de que finalmente sea procesado, habrá una sentencia condenatoria cuando tenga que haberla y dictada por quien tiene potestad de dictarla. Llegado ese momento, habrá tiempo también para los juicios populares y los comentarios de patio de vecinos. Mientras tanto, el castigo mediático que están sufriendo dos personas -seis, si añadimos sus cuatro hijos- es tan injusto como brutal.

¿Y para qué?, cabe preguntar. ¿Para que la Justicia sea más cabal? En absoluto. Los magistrados, si cumplen con su deber, jamás se dejarán influenciar por la opinión pública. Todo esto tiene dos únicos objetivos: saciar la morbosidad de un país que se ha convertido en un reducto de mirones y, cosas también de los tiempos actuales, mejorar las cuentas de audiencia de la telebasura. Demasiado coste personal, en cualquier caso, para objetivos tan miserables.

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