MI VETERANO, admirado y querido compañero Andrés Chaves, con conocimiento de causa porque, en carnavales anteriores, ha formado parte de jurados de los concursos de estos conjuntos, ha publicado recientemente en este diario un comentario que titula "Las murgas, cada vez peor", en el que da cuenta de una realidad que se viene arrastrando desde años atrás en estas fiestas.

Desde que se reinauguraron los Carnavales, suspendidos y prohibidos durante la Guerra Civil y el régimen dictatorial de la postguerra, las murgas reaparecieron en la fiesta con casi idéntica pujanza que tuvieron en los carnavales anteriores al 18 de julio de 1936, en que el recordado conjunto de la Murga del Flaco, formada con gente de la Ciudadela del Convoy, era la más conocida y criticada por el contenido de las letras de las canciones de su repertorio. Yo recuerdo que a la chiquillada, de la que un servidor formaba parte, con once años que tenía el 18 de julio de 1936, en que el general Franco dio el golpe de Estado, los padres, las madres y los familiares mayores le prohibían repetir los textos que cantaban los componentes de la Murga del Flaco, que no respetaban a nadie ni guardaban una mínima corrección y decencia.

Los murgueros que surgieron en el nuevo carnaval, con no menos gracia y picardía que los de la Ciudadela del Convoy, intentaron dar a las murgas la libertad que tuvieron sus antecesores, pero se encontraron con el control de la autoridad que ostentaba el Ministerio de Información y Turismo, y las murgas, que surgieron con gran entusiasmo y en gran cantidad, se vieron obligadas a someter las letras de sus canciones a la Delegación Provincial de dicho ministerio, el cual autorizaba o rechazaba los textos que cantaban los conjuntos, los cuales tomaban parte en un concurso que se desarrollaba en la plaza de toros de Santa Cruz, al igual que otros certámenes como los de conjuntos corales y, más tarde, los de rondallas y otros grupos de danzas o de canto.

Entre las nuevas murgas destacó la que llamaron sus componentes Ni Fu Ni Fa, que formó y dirigió hasta su fallecimiento, hace pocos meses, el gran murguista y muy querido compañero de clases, desde primaria hasta bachillerato, Enrique González Bethencourt, quien ha dejado un hueco muy difícil de llenar no solo en la murga chicharrera, de la que puede decirse fue su mayor artífice, y a la que hizo resurgir de una desaparición que duró muchos años, además de ser persona entusiasta por todas las manifestaciones del Carnaval, que potenció y mejoró, con nuevos y brillantes conjuntos que contribuyó a formar y a sostener en todo lo que representaba para el Carnaval santacrucero.

Creo yo que la ausencia de Enrique González en estos carnavales que ahora terminan ha sido notable. Primeramente, en las murgas, que eran sus grupos predilectos y puede decirse que los reinventó y los llevó a lo más importante y brillante del Carnaval; y luego, en todo el programa de estas fiestas tan populares y tan de todos porque así las siente y las vive este pueblo.