HAY algo peor que querer hacerse millonario por ser un miembro sobrevenido de la Familia Real. Peor que aprovecharse del prestigio de la Corona para redondear el patrimonio personal es tomar por idiotas a los españoles. Y eso es en lo que cae Iñaki Urdangarin cuando dice tener la incómoda sensación de que su socio, Diego Torres, le estaba robando. Qué curioso, la misma incómoda sensación que tienen los españoles respecto a ambos, el duque de Palma y el tal Diego Torres.

Hay una diferencia. Si Urdangarin habla de robo al referirse a su número dos, todos lo entenderemos a la primera. Pero si un periodista, o un ciudadano cualquiera, habla de robo para glosar los tejemanejes del yerno del Rey, topará con un coro de inesperados devotos de la presunción de inocencia. Como si la presunción de inocencia, con pleno sentido en ámbitos judiciales, pudiera impedir la libertad de expresión, que es una seña de identidad en regímenes de opinión pública.

Si Urdangarin se ha comportado como un ladrón -de guante blanco, claro, no por las bravas en plan de atraco a las tres-, ya lo dirán los tribunales abriendo el Código Penal por los artículos referidos a distintas figuras que vienen a definir lo que en el fondo es lo mismo, quedarse con el dinero ajeno: estafa, fraude fiscal, alzamiento de bienes, malversación de fondos, etc. Hasta entonces, hemos de respetar la presunción de inocencia por imperativo legal. Pero el BOE no puede ni quiere ni debe evitar la presunción de culpabilidad instalada en la opinión pública a la luz de criterios éticos y estéticos formados sobre un copioso caudal de información.

A estos efectos, Iñaki Urdangarin ha salido del juzgado peor de lo que entró. Y no me refiero al agotamiento físico que supone un interrogatorio de veintidós horas, sino a la idea que la ciudadanía se ha ido haciendo de su comportamiento durante estos últimos años. Eso es lo que ha ido a peor, habida cuenta de que el listón de la buena conducta está más alto en su caso. Imposible encontrar un rastro de gallardía en alguien que, después de proclamar su deseo de "decir la verdad" y "defender mi honor", se limita a echar balones fuera y culpar a otros de su insensata codicia.

Para colmo ha tenido la osadía de exculpar a la Familia Real. No hacía falta. Por supuesto que la Familia Real nada tiene que ver en sus negocios. Más bien es una víctima, pues está pagando los platos rotos de su insensatez. En términos de imagen y solo en términos de imagen, que no es poco. Quede claro que la Familia Real es algo más que los duques de Palma. Y en ese sentido me parece tremendamente injusto que la irresponsabilidad de Urdangarin pueda causar desperfectos en la imagen de la Corona y, muy especialmente, en la del futuro rey de España, don Felipe, y su esposa, doña Leticia. El sentido del Estado y del papel de la Monarquía parlamentaria lo vienen acreditando a diario los Príncipes de Asturias con un ejemplar comportamiento.