LETONIA ha vivido con dolorosa intensidad las políticas económicas que se están aplicando en España para hacer frente a la crisis. De 2007 a 2009, la república báltica fue arrastrada por la crisis financiera global y sufrió una espectacular caída de su PIB, que se redujo un 24%. Su tasa de desempleo pasó del 5,3% en 2007 al 20,5% a comienzos de 2010.

Ante la crisis, el gobierno decidió que Letonia debía abordar una devaluación interna para abaratar su producción y aumentar sus exportaciones. Por ello, redujo el salario directo (las nóminas de los trabajadores), el salario indirecto (el gasto público social) y el salario diferido (las pensiones). En teoría, el menor gasto público reduciría el déficit público y los salarios más bajos harían más competitivas las exportaciones, y así se saldría de la crisis. En la práctica, los bajos salarios y el creciente desempleo reducirían la actividad económica y los ingresos fiscales del Estado y tal salida a la crisis empobrecería permanentemente a la ciudadanía.

El gobierno letón rebajó los salarios del sector público un 25%, el salario mínimo un 20%, el sueldo de los maestros se redujo a la mitad, las pensiones un 10% y se retrasó la edad de jubilación, pese a que la esperanza de vida a los 65 años en Letonia es 2,9 años inferior a la media de la Unión Europea (UE). Al final del verano de 2009, se habían cerrado treinta hospitales públicos y los enfermos debían abonar su hospitalización. En un solo año, el índice de suicidios aumentó un 19%.

En 2009, Letonia tenía el mayor nivel de desigualdad de la UE. Tres años antes, cuando aún no había comenzado la crisis, destinaba el 12,6% de su PIB a gasto público en protección social, el nivel más bajo de la UE (que dedicaba el 26,9% del PIB a gasto social). Los ingresos fiscales de la república báltica son 11,2 puntos de PIB inferiores al promedio europeo (29,3% del PIB frente a 40,5%, en 2008). Obviamente, Letonia no tenía un problema de "exceso de gasto público social", o de ausencia de margen de juego para incrementar sus ingresos.

Pero las autoridades letonas no afrontaron la crisis recaudando más de los más adinerados, expandiendo el sector público e incentivando la demanda interna. Tampoco devaluaron su moneda (para abaratar sus productos en el exterior y favorecer las exportaciones), pues aspiran a compartir el euro en 2014 y, para ello, deben satisfacer los criterios de Maastricht en 2012.

Un estudio de los economistas Mark Weisbrot y Rebecca Ray sobre la devaluación interna de Letonia hace una comparación con trece países que devaluaron sus monedas para afrontar sendas crisis económicas, entre 1992 y 2001. A diferencia de Letonia, que no quiso devaluar su moneda para poder ingresar en la eurozona, los Estados que devaluaron sus monedas vieron que, tres años después de la devaluación, sus respectivos PIB habían crecido un 6,5%, en relación al nivel anterior a la devaluación. Por su parte, el PIB de Letonia se había reducido un 21,3% a los tres años de haberse iniciado la crisis.

Es verdad que, para 2011, la tasa de desempleo letona se había reducido al 14,4%. Sin embargo, también es verdad que, de no haber sido por la emigración del 10% de la fuerza laboral, entre 2009 y 2011, la tasa de paro habría superado el 20%. La república báltica está saliendo de la crisis con un deterioro social y una pérdida de calidad de vida que, seguramente, durarán muchos años.

Frente al modelo de devaluación interna de Letonia, conviene detenerse en lo sucedido en Argentina en una coyuntura parecida. La recesión de 1998-2002 conllevó una caída del 21,9% del PIB argentino e hizo que la pobreza pasara de afectar al 18,2% de los hogares a hacerlo al 42,3%, y que el desempleo llegara al 21,5%.

Pues bien, en diciembre de 2001, el gobierno se negó a pagar la deuda y poco después devaluó la moneda. Esta medida ocasionó una caída del PIB de casi cinco puntos en el primer trimestre de 2002, y también supuso perder la ayuda de las instituciones acreedoras internacionales y mayores dificultades para acceder al crédito.

Sin embargo, la negativa a pagar la deuda liberó recursos y evitó seguir aplicando las desastrosas políticas económicas que imponen los acreedores. Una vez que Argentina se liberó de la tutela del Fondo Monetario Internacional, logró un crecimiento del 94% de su PIB, en la etapa 2002-2011, el mayor crecimiento económico de América. Este éxito espectacular de la economía argentina ha sido ignorado por los grandes medios de comunicación internacionales, pues se debió a políticas económicas de izquierdas y conllevó un enfrentamiento con los poderes financieros internacionales.

En 2007, la pobreza se había reducido hasta afectar al 16,3% de los hogares y la tasa de desempleo se hallaba en el 9,6%. Es más, el salario real había crecido un 40,1% durante los cinco años anteriores. Posteriormente, a comienzos de 2010, trabajaba el 55,7% de la población en edad de trabajar, el nivel más alto de empleo alcanzado por Argentina. La desigualdad disminuyó y el gasto público social casi se triplicó en términos reales y creció del 10,3% del PIB al 14,2%.

Argentina demostró que había una salida a la crisis, desafiando la ortodoxia impuesta por los mercados, que conjugó un elevado crecimiento económico con una significativa mejora de las condiciones de vida. El país decidió ejercer su soberanía sin doblegarse ante los poderes financieros y aplicar políticas económicas de izquierdas. Exactamente lo opuesto a lo que hicieron los gobernantes de Letonia, con resultados económicos y sociales extremadamente negativos.

La respuesta de estos dos Estados a graves crisis económicas debiera hacernos reflexionar. España debe plantearse si afronta una redistribución interna de la renta, una expansión del sector público vinculada al Estado de bienestar y un impulso de la demanda interna, asociado a una mejora de las condiciones laborales. También debe abrirse un debate sobre la conveniencia de seguir en el euro, en las condiciones actuales, pues el Estado carece del recurso a la devaluación de la moneda y, además, se nos imponen políticas neoliberales que están teniendo efectos recesivos y que irán desmantelando el Estado de bienestar, los derechos laborales y deteriorando por muchos años la calidad de vida.

En contextos relativamente distintos, países como Argentina e Islandia han demostrado que se pueden revertir con éxito las políticas neoliberales. Y países como Letonia y Grecia están mostrándonos las graves consecuencias que tiene ahondar en esas políticas fracasadas. En el caso griego, además, se está produciendo una potente contestación social que, seguramente, va a tener réplicas en otros Estados europeos para combatir un modelo de UE que empobrece a los europeos. España tiene por delante años difíciles que, si se transitan con las políticas económicas actuales, provocarán un empobrecimiento duradero de la ciudadanía y que, si se transitan con políticas expansivas y redistributivas, permitirán tomar la senda de la mejora de la calidad de vida y evitar un empobrecimiento permanente.

en Tenerife