LAS DIEZ de la mañana en una consulta de atención primaria cualquiera, de un centro de salud cualquiera, de una comunidad autónoma que no es cualquiera, sino Canarias. Un paciente -nunca mejor dicho- llega algo agobiado porque piensa que se le ha hecho tarde y encuentra al médico, al que conoce personalmente, no sentado en su silla y atendiendo a los enfermos que han pedido cita dos semanas y pico antes, sino apoyado sobre la camilla para exploraciones con cara de circunstancias. "No funciona la impresora", le dice al recién llegado. "Llevo cuarenta y cinco minutos de retraso y esto parece que va de largo". Frente a él, una operaria del Servicio Canario de Salud se afana con el artilugio que, pese a sus esfuerzos, no quiere arrancar. "Sin impresora no puedo hacer nada", añade el médico a medio camino entre la resignación y un ataque de nervios. Por fuera, los pacientes esperan armados de paciencia. Qué remedio.

Informado de los hechos, le pregunto a alguien de la "casa" si es normal que se pare una consulta por una simple impresora. Un dispositivo que, si uno no es demasiado exigente, se puede comprar por algo más de cien euros -o por algo menos- en una tienda no necesariamente especializada. De hecho, las venden al peso en las grandes superficies. "Si le pusieran el cartucho de tóner adecuado a lo mejor no se estropeaban tanto, pero como hay que usar el más barato porque no hay dinero...". Eso me responde mi confidente.

Desconozco si el problema de esa consulta en particular, o de cualquiera otra de la sanidad pública canaria o no canaria en este país, es un simple fungible de impresora. Lo que sí es cierto -cierto no por especulación sino por evidencia- es que el trabajo de un médico, y hasta el funcionamiento de todo un sistema, queda paralizado por una chorrada. Nada extraño, por otra parte. Parece que fue Napoleón quien dijo -aunque al corso se atribuyen muchas frases que jamás salieron de sus labios- que por un clavo se puede perder un país. Por un clavo se puede perder una herradura, por una herradura cojea un caballo, por un caballo impedido llega tarde un general a la batalla, por una batalla que no se gana es posible que se acabe perdiendo una guerra y por una guerra que no se gana se puede perder una nación. En cuanto al hecho de que la dichosa impresora funcione mal con un tóner sin marca acreditada, pues no lo sé; no suelo ser demasiado exquisito con los que compro para las mías y más o menos funcionan bien. Eso sí, cuando se averían no le hacen perder la mañana y la paciencia a docena y media de personas.

La anécdota descrita cae de lleno en la categoría de lo que suele llamarse el chocolate del loro. Lo malo es que son tantas las pastillitas de cacao repartidas como si nada por aquí y por allá, que al final lo que tenemos es un inmenso caldero en el que podemos ahogarnos todos a poco que nos descuidemos. ¿Una consecuencia más de los recortes? Eso tampoco lo sé. No me cabe la menor duda, en cambio, de que no se prescinde de los enchufados, ni de sus sueldos pagados con el dinero de todos, ni de los políticos -incluidos los ediles de ayuntamientos superfluos-, ni de asesores por doquier, ni de nada de nada, aunque para ello haya que crujir al personal con más impuestos.

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