Al salir del primer callejón donde vivió Juanito Bethencourt (Juanito el Mago entre nosotros los muchachos por su procedencia de un entonces desconocido Sur) lo hacía por la casa de "las de Monge", que iniciaba realmente la parte izquierda de la calle según se sube. Que yo recuerde, eran dos hermanas, pero mi hermana me dice que eran tres. Ella lo sabe seguro mejor que yo, pero en mi tiempo aquellas señoras de Arafo, vestidas de negro -o así las rememoro yo-, eran dos, y el más claro recuerdo que tengo de ellas fue con motivo del fallecimiento de un hermanito pequeño, del que solo me acuerdo este detalle de ver a las dos señoras en casa, arriba, donde el dormitorio de mi madre y la casa llena de gente con motivo de la muerte del niño, imagino que recién nacido. Debió de ser cerca de Navidad, porque asocio la muerte del hermanito a mi padre, sentado en los escalones de la puerta de la calle, con sus primeros cuatro hijos a su alrededor y comentando lo que podíamos pedir el Día de Reyes. Como mi padre era gran aficionado a las excursiones, una de las posibles cosas a pedir era un burrito que nos llevase los morrales y cantimploras y así iríamos más descansados y podríamos jugar más. ¡Dichosa edad!

Y eso del burrito me recuerda que en aquellos años había muchos y en las excursiones, y teniendo en cuenta que entonces estaba yo en el Colegio Alemán de la calle Numancia, cada vez que mi padre veía un burro se volvía a los que íbamos con él de excursión y nos decía: "Miren, un alumno del Colegio Alemán", lo que a mí me enfadaba mucho.

El mejor recuerdo de las vecinas Monge era que una vez por semana, más o menos, llegaba a la casa y llamaba al timbre de la puerta un joven alto y guapo, un sobrino de las señoras, que al parecer venía del pueblo de Arafo y era como ahijado de una de ellas. Me parece que un hijo suyo es actualmente el presidente de una entidad bancaria canaria con sucursales en otras islas. De esta familia Monge era también miembro otro amigo, Juanito Fernández del Castillo Monge, cuyos padres vivían en la calle 25 de Julio esquina a Numancia, y al que conocía del club, aunque creo era mayor que yo. Familia sobre la que mi mujer, que vivía entonces en la Rambla, en una casa entonces y ahora creo que pintada de verde, entre Numancia y la subida a Pino de Oro, hoy prolongación de 25 de Julio, pues cuando la República vio asombrada desde un balcón de su casa cómo entraban unos huelguistas en el piso y tiraban por un balcón los muebles a la calle, entre ellos nada menos que un piano. Un recuerdo que nunca ha podido olvidar. Juanito se casó con una niña de Las Palmas y trabajó toda su vida, creo, en la Refinería, a la que al principio llamábamos "la Petrolífera", algo entrañable para mi recuerdo.

La casa adosada a la de "las de Monge" era de la familia Maffiote, pero apenas me acuerdo de nada de esa familia, excepto de cuando, muchos años después, un familiar, más joven que yo, Andrés Orozco Maffiotte, se casó por segunda vez y solía ir por allí y no sé si incluso se quedaba, pues me acuerdo de verlo asomado a una ventana del piso bajo a unas horas como si viviese en ella. No tengo mayor referencia de esos inquilinos.

Ese era (las Monge y los Maffiotte) el primer bloque de las casas del constructor Muñoz Pruneda y enfrente estaba otro bloque de dos casas idénticas, las de mis tíos Juan Vicente y Adela en el nº 8 y nosotros en el 10. Los tíos de al lado eran como nuestros segundos padres y con ellos compartimos diariamente nuestras vidas de estudiante, yo hasta que acabé Bachillerato y me fui a la Península. Tenían dos hijos, Luis y Antoñita. Luis fue mi compañero de ida y vuelta al Colegio San Ildefonso antes de ir yo al Colegio Alemán y donde empecé a preparar el ingreso en Bachillerato. Y me acuerdo de ver a su madre venir a casa a la hora de comer y contarle a mi madre y hermana pequeña suya el resultado de los exámenes de Luisito en la Península, pues se fue a estudiar allí Derecho, como hiciera antes nuestro tío Guillermo o luego su hijo y primo nuestro Bernardo, todos estudiantes en la Universidad Central de Madrid, en la calle San Bernardo. De Antoñita, de verdad no sé mucho, y solo recuerdo que durante la guerra y después era una especie de jefa de los "Coros y Danzas" de la Sección Femenina de Falange de Santa Cruz y que se iba por esos mundos de Dios y hasta América con aquellos grupos. Al correr de los años Luisito se casó con no mucho éxito y sus años finales los pasó en una Residencia de allá por el Puerto de la Cruz y hasta su muerte fue tutelado por mis hermanas y algo igual pasó con Antonia, que nunca llegó a casarse. Siendo yo estudiante en Madrid y viviendo con mi entonces amigo Rodolfo Godínez en una pensión en una casa de dos plantas en la calle Batquillo, pasó una vez una noche en ella Antoñita, que estaba en uno de sus viajes a América con sus Coros y Danzas.

Siempre me llamó la atención ver en la puerta de la casa de mi tío, después de la del zaguán, una placa en la que decía: "Juan Vicente Mandillo Tejera - Procurador de los Tribunales", con una indicación de unas horas como de visita a su oficina, aunque nunca vi a nadie entrar o salir de dicha oficina, que estaba en el piso bajo, a izquierda según se entraba de la calle, mientras que a la derecha estaba la sala que llamaríamos hoy de música, donde reinaba un gramófono-mueble de esos grandes, donde aparte del tocadiscos y los altavoces tenía también unas puertas que al abrirse mostraban una serie de álbumes de discos, de aquellos negros de baquelita que se rompían por menos de nada, con música clásica y de óperas, donde mi hermano Paco recuerda pasarse las horas muertas oyendo música clásica, que a él tanto le gustaba y le gusta. A mí lo que me interesaba eran unos discos con historietas y chistes que me sabía de memoria y ponía una y otra vez, cuidando de cambiar de aguja para que no se rayasen los discos. Me acuerdo que uno de ellos estaba dedicado a gitanos, y en uno de ellos un gitano le decía a otro que a Fulanito, al que habían detenido porque entró en una casa de la que robó un reloj y un paraguas, le habían juzgado y condenado a "cadena temporal", a lo que el otro le había preguntado: "¿Y eso que és?"; y el primero le contestó: "¡Y qué sé yo! Supongo que la cadena será para el reloj y el temporal para el paraguas" , con lo que me reía una y otra vez.

Con el tío Juan Vicente fui dando mis primeros pasos independientes en la vida, fuera de la disciplina paterna. Así, con él estuve por primera vez de vacaciones en La Laguna, que yo recuerde, teniendo yo 6 o 7 años, donde fuimos con la tía Adela a una casa terrera en una calle paralela y por debajo de la calle Herradores, de la que solo recuerdo con asombro dos cosas: una de ellas, que en el tejado de la casa, que casi tocaba con las manos mi tío, había veroles que nunca antes había visto, y que saliendo de la calle y subiendo un poco se llegaba a la plaza de la catedral, donde había un estanque con patos a los que me llevaban a ver creo que todos los días. Otro recuerdo, teniendo yo ya 8 o 9 años, fue mi primer viaje en barco hasta la isla de enfrente. A mi tía Emelina la operaba del riñón el famoso Dr. Ponce, que lo hacía con medio Archipiélago, y allá se fue el tío acompañando a su cuñada y supongo que a su marido, el tío Rafael Lecuona, y no supe nunca por qué me llevaron a mí. La verdad es que no recuerdo nada de aquel viaje a Las Palmas, salvo que fuimos a mi primer hotel, en la calle Triana, sin más detalles, viaje que repetí ya en el año 39 en que fuimos los jugadores del Iberia a jugar contra el Marino o el Victoria en Las Palmas, viaje que hicimos una noche de sábado en un correíllo sentados en unas butacas en una de aquellas salas o paseando por cubierta, que una vez desembarcados paseamos por las calles de tierra del puerto de La Luz y la playa de Las Canteras; que luego por la tarde jugamos un partido en el que conocí al defensa Mesa, que se acercó a saludar a los jugadores y que formaba con Aparicio la del madrileño Atlético Aviación, y ya por la noche nos volvimos a Santa Cruz en no sé si el mismo correíllo o en otro. Y un tercer recuerdo es que con él me gané mis primeras pesetas al instalarle, ya en el 38 o 39, unas luces en la terraza del jardín, que no tenía ninguna, jardín para nosotros sus sobrinos famoso, porque en él había un camaleón con aquellos ojos tan raros y nos pasábamos las horas muertas viendo cómo se tragaba insectos con su larguísima lengua y si cambiaba de color o no según la luz que le diese, lo que resultó ser cierto. Quedan más experiencias con mi tío Juan Vicente, pero eso será objeto de otro de estos relatos en los que disfruto mucho recordando cosas que ya casi tenía olvidadas, como esta del camaleón, curioso animalito que no he vuelto a ver en mi vida.