EL VIERNES, poco después de concluir la reunión habitual del Consejo de Ministros, José Manuel Soria subió a un avión con destino a Tenerife con el fin de estar presente en la inauguración del Centro Integrado para la Investigación, Innovación y Formación de la Industria, creado por Femete -la patronal tinerfeña del metal- con aportaciones de varios organismos oficiales. Estaba previsto que también asistiera el presidente del Gobierno de Canarias. Ante la negativa de Paulino Rivero a comparecer en dicho acto, formalizada a última hora, el jefe del gabinete del ministro de Industria realizó intensas gestiones para que el presidente regional recapacitara. No hubo forma. Si él no cerraba el acto, es decir, si no era el último en hablar, no acudiría.

Me dicen unos que según el protocolo le correspondía a Soria hacer uso de la palabra en último lugar. Me dicen los contrarios que el mismo protocolo -u otro parecido- le confería tal prerrogativa no al ministro de Industria sino al presidente del Ejecutivo regional. Como ustedes se harán cargo, no voy a emplear ni medio minuto en comprobar quiénes tienen razón. Sería una ironía que en una comunidad autónoma a la cabeza del desempleo de un país que a su vez está a la cabeza del paro en el mundo civilizado, esta es la realidad, perdamos el tiempo en analizar, por un lado, la soberbia de un político acabado e incapaz de aportar una solución válida para cualquiera de los problemas que tiene esta región -estoy hablando de Paulino Rivero, por si alguien alberga alguna duda-, y por otro el proceder de un ministro que está haciendo lo que debe, eso no lo discuto, pero no de la forma en que lo debe hacer. Tiene razón José Manuel Soria cuando afirma que un país camino de los seis millones de parados no puede permitirse el lujo de no comprobar, de momento solo comprobar, si hay petróleo en sus aguas, ni tampoco seguir exprimiendo a los contribuyentes con más impuestos y nuevos recortes de servicios públicos esenciales, mientras se sigue gastando dinero del erario en subvenciones a compañías aéreas privadas en un momento en el que, afortunadamente, la afluencia de visitantes va bien y en aumento. Y lo mismo cabe decir para las ayudas a las energías renovables con las excepciones, eso por supuesto, que sean necesarias.

A Soria se le puede criticar, en cualquier caso, la actitud pero no la ineficacia porque competente siempre lo ha sido allí donde ha desempeñado un cargo público. No hay más que ver como regeneró la ciudad de Las Palmas y lo bien que están casi todas las carreteras de Gran Canaria -algunas no, pero bueno- fruto de su paso por el Cabildo amarillo, en comparación con las de Tenerife, cada vez peor desde que el inepto de Ricardo Melchior ocupa la presidencia de la Corporación insular tinerfeña. En definitiva, a Soria se le puede aceptar cierta cuota de soberbia -que la tiene-, pero a Paulino Rivero no. A un inútil, políticamente hablando, no se le puede perdonar ni que te mire feo, como dicen los sudamericanos con esos acentos tan peculiares que tanto me encantan.

"Los cántaros, cuanto más vacíos, más ruido hacen", dijo hace muchos siglos Alfonso X; un rey al que por algo llamaban el sabio. Falto de ideas, incapaz, como digo, de una propuesta válida para unas Islas cada vez más quebradas, persiste Rivero en vociferar contra Madrid apuntando a la figura de Soria; un ministro canario al que ya ha intentado puentear. Como Rajoy no le ha hecho caso -los gallegos son expertos en dar largas-, no le queda más opción al vernáculo de El Sauzal que romper la baraja y darle una patada a la mesa en la que todos han estado jugando. Porque eso es lo que hacen hoy nuestros políticos: jugar a las cartas para perpetuarse en el poder mientras el país va camino de la hecatombe social. Y esto no es una predicción de derrotista o antipatriota, como llamaba Zapatero a los que le decían lo que nos esperaba, sino una visión objetiva de la realidad. Conviene recordar que para todo existe un punto de no retorno. Hasta un resorte de acero sometido a excesiva tensión termina por deformarse permanentemente; un poco más allá, simplemente se rompe. ¡Cuidado, mi führer!, le advirtieron a Hitler sus generales cuando lanzó ciegamente a la Wehrmacht hacia Stalingrado en el verano de 1942. La aniquilación del Sexto Ejército alemán en noviembre de ese año fue el principio del fin; el punto de no retorno para el Tercer Reich.

¡Cuidado a todos! A los de aquí y a los de Madrid. Desconozco -posiblemente nadie lo sepa con exactitud- donde está el límite de rotura del sistema laboral español y, en consecuencia, de su economía, pero sospecho que no andamos muy lejos. Grecia, el país de referencia en cuanto al desastre económico europeo, tiene actualmente un 19,9 por ciento de paro. España, según datos del Eurostat, se encuentra en el 23,3% y con perspectiva de superar el 24 dentro de muy poco, de acuerdo con las previsiones del Gobierno. Portugal e Irlanda, los otros dos países que cojean en la eurozona, no llegan al 15 por ciento de desempleo.

Pues bien: con este panorama todavía discutimos en Canarias si comprobamos la existencia de petróleo -no su explotación comercial, pues ese sería un asunto diferente que se discutiría en el futuro; estamos hablando de unas simples prospecciones- y en toda España si conviene salir a la calle a quemar coches para impedir que el Gobierno saque adelante una reforma laboral. Un cambio tan racional como imprescindible todavía lejos de la normativa existente en países vecinos aunque no por ello, hasta ahí podíamos llegar, menos democráticos, libres o justos que nosotros. En definitiva, una mezcla de soberbia, estupidez y afán por la autodestrucción como no se ha visto en ningún lugar de este convulso planeta.

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