Llevamos mucho tiempo advirtiendo de que de un momento a otro se va a producir un levantamiento violento de la población contra Paulino Rivero. Es algo que no deseamos porque siempre hemos dicho que repudiamos la violencia en todas sus formas. Nada, ni siquiera una causa justa, como es conseguir la independencia de Canarias o que el necio político que tenemos como presidente del Gobierno regional desaparezca para siempre de la escena política, justifica la violencia. Tampoco la justifican hechos tan graves como el hambre creciente de la población o la muerte de pacientes en las listas de espera sanitarias. Publicábamos en nuestra primera página de ayer que el Hospital de la Candelaria se ha quedado sin camillas, en algunos momentos, en urgencias. ¿Esto qué es, Canarias o Somalia? No justificamos la violencia, lo reiteramos, pero el hambre siempre ha sido muy mala consejera. Llega un momento en el que hasta los más pacíficos se hartan y se echan al monte; es decir, a la calle con el mechero en una mano y la lata de gasolina en la otra. Adelantamos desde ahora que si esas indeseables revueltas llegan a producirse, como se están produciendo en algunos países que todos tenemos en mente, los responsables de las mismas serán Paulino Rivero, su esposa Mena y todos los que forman su círculo de colaboradores; un cúmulo de gentuza política.

Paulino Rivero nos ridiculiza como canarios. Lo hacía cada vez que subía al estrado cuando fue congresista en las Cortes españolas. Cuánta vergüenza ajena nos hacía pasar cada vez que abría la boca. No sabía ni moverse, ni expresarse. Los canarios siempre han tenido dificultades para hablar y para expresarse con la labia que posee el peninsular, sobre todo si es godo, pero eso nunca nos ha impedido hacer un papel digno allá donde hemos ido. Los políticos peninsulares se expresan bien, aunque sus palabras muchas veces son engañosas. La misma vergüenza nos hace sentir actualmente Ana Oramas. Al igual que su jefe anteriormente, como acabamos de decir, cada vez que se dirige a la Cámara nos deja a todos a la altura del betún porque no sabe hablar. Sus palabras, políticamente torpes, nos definen como lo que somos a la vista de los peninsulares: unos indígenas que viven en un archipiélago allende los mares, cerca de otro continente que no es Europa sino África.

Paulino Rivero y su esposa son los que han llevado a Canarias a la ruina y los responsables de que sigamos en la miseria y en el paro, porque aquella es consecuencia de este: el paro genera miseria. ¿Y qué hace este déspota político para que haya más trabajo y menos hambre en Canarias? ¿Dimitir y dejar su puesto a otra persona, incluso a alguien de Coalición Canaria que sea un nacionalista de verdad, para que veamos en el horizonte la luz de la esperanza? Nada de eso. Ahora les aconseja a los jóvenes que se sacrifiquen como lo hacían sus abuelos. "Nuestros mayores no están viviendo la primera crisis de sus vidas, a lo largo de mucho tiempo las dificultades que tuvieron que afrontar fueron muchas", ha manifestado en un periódico de Las Palmas que, al igual que su hijuela de Tenerife, ya habría desaparecido si no fuese por las subvenciones que les inyecta a ambos para que lo traten bien. Qué desfachatez. ¿Por qué no se sacrifica él? ¿Por qué no emigra él para siempre?

Por si fuera poca su desfachatez política, añade en esas declaraciones que el estado del bienestar pasa por momentos de crisis en toda Europa. Cínico. Europa está muchísimo mejor que España y este país, con todos sus problemas, todavía está por encima de Canarias, que es una colonia a la que sigue expoliando en gran parte porque este déspota político no ha hecho nada para conseguir la libertad de unas islas que, en el caso de ser una nación soberana y con su estado, estarían entre las más ricas del planeta. Es decir, volveríamos a ser las Islas Afortunadas. Si dispusiéramos de unos recursos que hoy se mama la Hacienda española, no tendríamos necesidad de mendigar en Bruselas las mismas limosnas que pedimos en Madrid. Dueños de nuestras vidas y destinos, disfrutaríamos permanentemente de un Estado del bienestar más absoluto. Una situación que tenemos al alcance de la mano: basta con que dimita el necio político y se exilie para que los patriotas se hagan cargo del Gobierno regional. Lo demás, como dice el Evangelio, nos vendría por añadidura.