CON EL FRÍO intenso que nos regala este invierno no apetece salir mucho de casa, así que he aprovechado para leer esos libros que te regalan y vas dejando aparcados, básicamente por su formato en tapa dura y grosor -no porque no hayan acertado con la temática, ya que los que me rodean saben que me gusta todo tipo de literatura-, sino porque resultan incómodos para leer en la cama o llevar en los aviones. Entre ellos, uno de los considerados novela histórica, con su entramado de personajes y sucesos, me ha llevado de cabeza enero y febrero, coqueteando incluso con lo que va de marzo a través de algunas dinastías tan arraigadas en Europa como los Austrias, los Braganza y los Borbones. Pero no voy a hablarles de reyes, sino de ese personaje que aparece siempre en las novelas históricas llamado el bufón de corte.

¿Abundan los bufones en la actualidad? Yo diría -sin rubor alguno- que vamos sobrados en esta España nuestra, pero no hablamos del personaje cómico encargado de divertir a reyes y cortesanos con chanzas o burlas satíricas, con sus gestos o andares -pues se buscaba a los deformes físicamente para hacerles objeto de mofa-. No. Hablamos de los truhanes que se ocupan de hacer reír. Esa es la otra acepción de la palabra, la que define a la perfección a la nueva pléyade de comunicadores sociales -ya que así es como les gusta llamarse o autodefinirse-, los que vociferan en los medios, gesticulan de una manera zafia, hacen referencias escatológicas -no precisamente en lo relacionado con la vida de ultratumba- y, con falsa moral, hablan de lo que saben, intuyen y la mayoría de las veces ignoran. Muchos son titulados en la universidad de la vida -que ya se sabe que es una buena universidad-, pero otros están colegiados, por lo que resulta patético observar cómo tantos años de estudio, formación y oficio solo sirven para que hagan los coros o el acompañamiento a estos bufones del oportunismo.

Y si bufa es la estrella del programa -con sus excesivos movimientos de manos y total desconocimiento del lenguaje no verbal-, con sus bufidos -esos gritos de voz descompuesta- y sus bufonadas -al reírse sin pudor de un personaje que saca de vez en cuando a dar la vuelta al plató-, ¿qué decir de los que consumimos este tipo de productos televisivos? Y me incluyo porque buscando la noticia del momento, que parece ser no es la crisis -dado que es bueno tirar botes de humo informativos para despistar al hambre-, sino la supuesta trama económica del yerno de SM el Rey, me encuentro a una persona con la edad y el prestigio de Jaime Peñafiel hablando del tema. Me quedo pendiente de sus palabras y de pronto el maestro de ceremonias, el que bufa, llama al plató a una mujer muy pequeña, vestida con un tutú, que moviéndose como un pato a los acordes del Lago de los Cisnes insiste en que la acompañe en su danza el Sr. Peñafiel, el cual tuvo la prudencia de no levantarse y de no contribuir a ese esperpento. Y miren por dónde, al comentarlo en varios círculos, me he enterado de que es una práctica habitual del programa, es decir, usan a esta mujer como blanco de las burlas del presentador-director. No cabe duda de que ella se presta al juego y que sacará provecho económico -lo cual puede ser lícito-, pero lo preocupante son las pautas de comportamiento del resto de participantes, el ejemplo que se da a la sociedad en general, pues una cosa es que hagas de bufón y te paguen y otra que el resto de ciudadanos, cuando vean a un enano, quieran que este les haga reír de gratis.

En España hay problemas muy serios por resolver. No es el momento de sacar a los enanos de los circos para subirlos al trapecio mediático, dando la impresión de estar en una permanente feria de luz, color y alegría. Abundan tanto los bufones y los enanos que pronto dejarán de ser noticia, no bastará con que bailen "el charco de los batracios", pues en esta ciénaga infectada por el paro y demás pecados sociales que compartimos los que tocan el pandero para marcar el ritmo -y les juro que no sé cómo lo hacen- siguen siendo "los mismos".