Pocas cosas tan desalentadoras, cuando se mira a la política internacional, como la reelección de Putin al frente de Rusia. El gran país jamás ha tenido suerte: pasó de Catalina la Grande y de los zares al poder de los soviets y de Stalin y, luego, a la descomposición del régimen comunista que sólo trajo dominio de las mafias. Tuve ocasión de conocer personalmente a Boris Yeltsin y sé lo que digo cuando hablo de decadencia de la clase política, si es que en las rusias en descomposición la decadencia era ya posible. Un país no es una democracia apenas por votar cada cuatro años; en Rusia no hay oposición al partido cuasi único del exsuperagente del KGB Vladimir Putin, el hombre que de la corrupción ha hecho algo parecido a una virtud, el hombre que, junto con China y los Estados-gamberros del mundo, soporta la feroz represión en Siria. Ese hombre ha vuelto a lograr, en unas urnas cuestionadas por algunos, el poder omnímodo en la segunda potencia mundial.

Alguien dijo que el peor cambio es el que nunca se produce. Ocurre en Europa, donde Van Rompuy acaba de ser redesignado, que no reelegido. Ocurrirá, presumiblemente, en los Estados Unidos, que no acaban de encontrar recambio republicano para Obama, que seguramente volverá a salir victorioso en noviembre. Y no es que ello me parezca, personalmente, mal (reconozco que, pese a sus muchos fallos, Obama me sigue gustando); lo preocupante es eso, la falta de voluntad de mudanza en un electorado resignado a seguir con más de lo mismo. En EE.UU, en la UE -donde nadie protesta contra la falta de democracia que supone forzar ''a dedo'' a los rectores de la Unión- y, claro, lo peor de todo, en Rusia.

El mundo entra en una nueva era, pero los rostros que lo dirigen van a ser, básicamente, los mismos. Ignoro qué ocurrirá en Francia, desde luego, pero lo cierto es que ni Sarkozy ni Hollande son verdaderamente caras nuevas, ni lo es Angela Merkel, ni lo son los rectores burócratas, incapaces de cualquier iniciativa original o hasta constructiva. Supongo que esta semana en todas las cancillerías, incluyendo la española, donde el viejo-nuevo zar de casi todas las rusias gusta más bien poco, se hablará mucho de la reelección, crónica de una victoria anunciada, de Vladimir Putin. Yo solamente puedo decir que, en esta era de enanos políticos dirigiendo -Ban Ki Moon- gigantes estructurales, lo de Putin, por muy esperado que fuese -¿cómo va a perder si a nadie tiene enfrente excepto a un grupo de blogueros, que tampoco son los del norte de Africa precisamente?- es una mala, una pésima noticia.