EL PASADO jueves, día 8, se celebró a bombo y platillo el ya institucionalizado Día Internacional de la Mujer, o Día de la Mujer Trabajadora (¡como si el resto del año no hicieran nada!), que como viene siendo habitual tuvo gran eco mediático en todo el Estado español y, por supuesto, aquí en la colonia. Y solidarizándome con la efemérides, como no podía ser de otra forma, y como corresponde a un hombre que ya purgó la parte alícuota de machismo que la sociedad le inculcó, digo yo que para cuándo un "día del hombre trabajador", aunque aquí, la verdad, se trabaja poco y mal, lo que no debería ser una excusa para no propiciar su celebración.

Sí, porque las normas, por naturaleza, son las que son: el género es el género y el sexo es el sexo; y no hay derecho a que todos los años se conmemore un día de la mujer, y un día del híbrido ese, orgullosos de su celebración, y no se haya implantado todavía, con todo merecimiento, el día de los hombres que, pese a todo, mantenemos intacta nuestra irreductible heterosexualidad. Algo que tiene un indudable mérito, en mi opinión, dadas las modas imperantes y la influencia del poderoso "lobby gay" (encabezado por el lagunero Pedro Zerolo), omnipresente en todos los estamentos de nuestra sociedad; asunto del que, por cierto, el periodista Raúl del Pozo escribió un magnífico artículo en El Mundo con el título de "La mafia rosa".

Pero el caso, que es a donde quería llegar, es que yo no tengo el menor inconveniente en que se celebre un día de la mujer; lo que pasa es que para mí, una vez liberado de la rémora machista, todos los días del año son días de la mujer. Y no lo digo en plan demagógico para granjearme la simpatía de las féminas, en absoluto, ¡¡es la pura verdad!! Porque ¿qué hombre, cada uno con sus gustos e ideales, se puede resistir a los encantos de una mujer?

Recuerdo que ya en el año 2007 escribí sobre este particular. Primero, un artículo titulado "¿Violencia de género?, ¿de qué género?", donde abordaba ese desgraciado drama familiar y social; y segundo, "Las mujeres al poder", en el que me mostraba proclive al liderazgo femenino sin ningún tipo de reticencias; ambos escritos colgados en la red. Así que, ya lo decía entonces y lo reitero ahora: no me importaría en absoluto que mi jefe en el plano laboral o profesional fuese una mujer; solo con una condición "sine qua non": que supiera más que yo en todos los aspectos, lo que no es nada difícil. Por lo demás, ningún problema. Admiro al género femenino, y me encantan las mujeres; y reconozco que se me cae la baba ante mujeres cultas, con personalidad, autosuficientes, con la cabeza bien amueblada, competentes y buenas profesionales en la actividad que desarrollen. Y si además son guapas y agradables, y con una amena e interesante conversación, entonces será como una especie de "orgasmo intelectual", ¡¡el éxtasis total!! El problema radica, en todo caso, en que uno esté a la altura.

Pero de ese "estado idílico" tenemos que pasar, desgraciadamente, a la triste y cruda realidad: este año, el Día de la Mujer Trabajadora se ha celebrado, paradójicamente, con un total de cerca de dos millones y medio de mujeres en paro en todo el Estado español, un 8,2% más que el año anterior; y siendo la cifra en Canarias absolutamente catastrófica, como ocurre con el desempleo en general en nuestra tierra, con más del 30% de la población activa en paro. Así, la presidenta de la Fundación Mujeres, la española Marisa Soleto, ha pedido a la clase política que "afine los análisis" y estudie "bien" hasta qué punto las medidas adoptadas en los últimos años han contribuido a una mejora de las relaciones laborales del colectivo de mujeres. Advirtiendo que "no parece" que la reforma laboral emprendida por el Gobierno del Partido Popular vaya a tener un impacto positivo en las mujeres. En este sentido, la profesora titular de Psicología en el trabajo de la UNED Amparo Osca, y con respecto a la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres a la hora de optar a un puesto de trabajo, indica que con la crisis esa premisa se va a resentir. Según explica, la situación económica condiciona los procesos de selección de personal en perjuicio de las mujeres, señalando, asimismo, que los estereotipos están condicionando estos procesos en la medida en que los puestos de trabajo de mayor importancia o jerarquía en la organización son ocupados por hombres porque "tradicionalmente se ha pensado que las características asociadas al puesto de trabajo son propias de su sexo". Por su parte, la ministra española de Sanidad, Ana Mato (hermana del tal Gabriel Mato, un colono afincado en La Palma, tras el correspondiente braguetazo, expresidente del llamado Parlamento de Canarias, y actual eurodiputado -¡¡cómo se lo montan estos godos!!-), ha anunciado medidas de supervisión y sanción contra la discriminación salarial en el futuro plan, para combatir la desigualdad en el plano laboral.

Y termino haciendo referencia a un programa de televisión emitido el pasado viernes, día 9, por la cadena del grupo español Intereconomía, "orgullosos de ser de derechas", según dicen. Yo también, aunque de derecha nacionalista y, por tanto, patriota canario donde los haya. El programa en cuestión, con un formato novedoso, consistía en una entrevista política multitudinaria realizada por doce periodistas, todas mujeres, que realizaban una pregunta cada una de un tema distinto; de ahí su nombre, "Doce mujeres sin piedad". El entrevistado fue nada menos que el icono y martillo de herejes de ese grupo de comunicación (el periódico La Gaceta y Radio Intereconomía, fundamentalmente), el ínclito Eduardo García Serrano, periodista y escritor, que dijo que su ídolo y máximo referente era el fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera. ¡¡Casi nada!!

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