1.- El otro día me recordaba Fernando Fernández Martín que en los años 80, puede que en el 85 o por ahí, vino AdolfoSuárez a Tenerife, siendo líder del CDS, y mantuvo una reunión con los directores de medios de comunicación. Yo estuve ahí, no sé si en mi condición de subdirector del "Diario de Avisos" o de director de "Canarias Confidencial", o de las dos cosas a la vez. Total, que Suárez se despachó a gusto en el "Mencey", no sin antes advertir que aquélla era una conversación off the record (que no debía ser publicada). Habíamos comido; y ya saben. Yo no acepté la prohibición, mas sólo para mis adentros; pero, a lo mejor, si pensaba publicar algo, por ética profesional, debí decírselo al ex presidente Suárez. Y no se lo comenté. Se despachó a gusto hablando de muchas cosas y, sobre todas, de su amistad con el rey, a quien tuteaba y del que contó cosas muy entrañables y muy sabrosas. Al día siguiente lo publiqué todo, si bien no en el periódico, pero sí en el "Canarias Confidencial". Ahora que recuerdo, del "Diario de Avisos" ya me habían echado, así que por eso utilicé el boletín, que lleva 27 años en el mercado y sigue tan campante, para revelar lo que Adolfo Suárez nos confesó.

2.- Por lo que intuyo, un amigo, al que aprecio más de lo que él supone, y sin mariconadas, se ha disgustado conmigo -lo intuyo porque no me llama, ni me contesta al teléfono- porque el otro día él cree que traicioné el off the record prometido. Pero juro que no fue así, esta vez. Porque la noticia me había llegado por otros dos sitios, exactamente igual a como él me la había contado. Tuve un fallo: no lo llamé para aclararlo; pero es que con la marcha que tengo la mitad de las cosas se me quedan atrás. Naturalmente, no voy a revelar ni el nombre de mi amigo, ni la noticia, pero fue así como les comento. Y como no atiende mis llamadas, pues tampoco se lo puedo contar personalmente; así que uso este medio, con el permiso de ustedes, mis desocupados lectores.

3.- Hay que ver lo ingrato de esta profesión, que hasta los amigos se te mosquean. Esta vez me declaro inocente de toda culpa, pero no en aquella ocasión con el presidente Suárez, que creo que agarró notable calentura y que apuntó mi nombre en una libreta para no contarme nada más en su vida. Años más tarde me tomé un café con su hijo, en el bar del Parque García Sanabria, y también me olvidé de contarle la anécdota con su padre. Es que no doy una, se me va todo. Y a perdonar a este prejubileta.

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