ES UNA PALABRA que a mí me gusta, cuyo significado pienso que da mucho de sí en los tiempos de crisis que corren. Define y es el fundamento de la existencia misma de una parte importante de los seres vivos, nosotros por supuesto, porque todos dependimos en algún instante de la fusión de nuestros padres. De la unión o combinación, ellos sabrán, en concreto, en una secuencia temporal y de una manera irrepetible, con una mujer y un hombre como protagonistas.

La fusión es necesaria en la sociedad, en la economía, en la política, en la Administración, en la organización que nos hemos dado, tanto o más que en las expresiones plásticas o intelectuales. El conocimiento, el arte, la literatura... son pura amalgama. Casi todo lo que creamos es producto de la fusión; cuanto más, mejor. La muestra la tenemos en la "Mona Lisa", el cuadro más conocido y enigmático del genio renacentista Leonardo Da Vinci, y del que recientemente ha trascendido otra versión restaurada con mucho mérito en Madrid y pintada coetáneamente por algún aprendiz en el mismo taller. Pero no, la original, la famosa, tiene un pronto desconcertante, algo único. La sonrisa de la dama es, por decirlo así, sorprendente, inquietante. Algunos estudiosos llegan a la conclusión de que representa una fusión entre la florentina Lisa Gherardini y el amante del autor renacentista, "el Salai", que parece que era a quien el sabio tenía en la cabeza. Claro, pensando en otra cosa, le salió lo que le salió. Gian Giacomo Caprotti, "el Salai", era el alumno predilecto de Da Vinci, con el que mantuvo una relación amorosa y del que no se separó durante más de veinticinco años. Los cuadros en los que Leonardo utilizó a su amante como modelo lo reflejan como un personaje "ambiguo y extremadamente andrógino", con unos rasgos "muy similares" a los que presenta en el formato de Lisa Gherardini, la verdadera "Mona Lisa". Ni más ni menos que una fusión entre el hombre (el Salai) que estaba en su alma y la mujer (Gherardini) a quien veía y tenía que pintar, que desembocó en la enigmática Mona Lisa. La Gioconda.

Por el lado de la utilidad medible e inmediata, ojalá que la ciencia diera con la fórmula para activar la "fusión fría". Es la definición genérica dada a cualquier reacción nuclear de fusión producida a temperaturas y presiones cercanas al ambiente, muy inferiores a las necesarias normalmente para la producción de reacciones termonucleares (millones de grados Celsius), utilizando equipamiento de bajo costo y un reducido consumo eléctrico -en Fukushima el problema radicó en que la temperatura del núcleo se disparó y no podía reducirse-. Solucionaría limpiamente el abastecimiento planetario de energía, y de la cabeza el petróleo nos quitaría.

La "fusión" en lo relativo a gestión es una opción, siempre sobradamente inteligente dada la cada vez mayor conveniencia de músculo, de altura, de peso o envergadura. En la empresa privada podemos reducir bastantes costos y añadir sinergias, si optimizamos, ganando competitividad en la alianza con otros, coordinando o compaginando ideas, medios y esfuerzos. En la estructura de la gestión pública colocada sobre nuestras cabezas es imprescindible. La mayor eficiencia del grupo es fundamental. Yo sé que a lo mejor políticamente puede verse como no conveniente, o románticamente puede no gustar unificar entes que sentimentalmente apreciamos, pero si en Galicia se han fusionado -iniciando un camino que a poquito que pensemos va a tener un prometedor recorrido- los Ayuntamientos de Cesuras -2.225 habitantes- y Oza dos Ríos -3.229 habitantes-, aquí, en Canarias, haríamos bien en sopesarlo generalizadamente. Aglomeraciones importantes de las Islas, además, solo tienen que mirar una panorámica desde el satélite. Son acumulaciones de casas y calles, me refiero a Santa Cruz, La Laguna, El Rosario, Tegueste e incluso Tacoronte, de los que ya se ha escrito largo y tendido. Yo, en particular, en varias ocasiones, porque incluso se plantea para Madrid o Barcelona integrando a las llamadas ciudades satélites, que en realidad componen una misma ciudad, urbe o metrópoli. Lo de menos es el nombre, Tenerife. O donde se sitúe el edificio central, en la hamburguesa.

Es un término atrevido, valiente, también pragmático, porque lo han desarrollado parte importante de las cajas canarias, que más que fusionarse fueron absorbidas por una marea que se llevará por delante hasta a sus fusiones y fusionados en un proceso irreversible de acumulación de intereses.

En unas islas acotadas, fusionémonos.

infburg@yahoo.e