UN ESTUDIANTE que acababa de finalizar el primer curso de carrera con buenas notas decidió dedicar el verano que tenía por delante no a un descanso merecido, como hubiese hecho cualquiera, sino a trabajar en lo que fuese para no acuciar la sufrida economía de sus padres. Rara avis en nuestros días, ciertamente, pero antes, acaso por imperativo de la necesidad, estos especímenes abundaban mucho más. Ese estudiante tenía un amigo, a su vez sobrino del dueño de un hotel, con lo cual tres días después trabajaba como camarero contento por desempeñar su primera ocupación remunerada. Entre sus compañeros encontró a otro joven, más o menos de su edad, que había empezado a currar años antes, aun sin completar la escuela, porque en su casa existían demasiadas bocas que alimentar y solo dos brazos -los de su progenitor- para acarrear el pan de cada día. Carencia de estudios que no le impedía poseer una extraordinaria inteligencia natural. Ambos se hicieron muy amigos. Un día se produjo un pequeño altercado entre el personal del hotel; uno de esos pequeños conflictos indeseables, pero también inevitables, en los centros de trabajo. "Algunos siguen sin enterarse de qué va el rollo", le dijo el camarero sin estudios al estudiante metido a camarero cuando se calmaron los ánimos.

Concluido el verano, aquel chico volvió a la universidad, se licenció en tiempo y forma y trabajó en algunas empresas, con cargos de responsabilidad, antes de instalarse por su cuenta y convertirse en el próspero profesional liberal que es hoy en día. Una ristra de éxitos y fracasos a lo largo de su vida, suele decirme cuando hablamos de estos temas, pues nunca ha estado su camino totalmente exento de obstáculos. Eso sí, ha procurado que el número de éxitos supere al de fracasos porque en caso contrario, "tú me entiendes, ¿verdad?, jamás habría llegado a la cuarta mitad de lo que he conseguido. El truco está en saber en cada momento de qué va el rollo". Y es que, pese a los años transcurridos, este exitoso profesional no se ha olvidado de la reflexión que le hizo el joven camarero, iletrado por culpa de sus injustas circunstancias pero en ningún caso torpe.

Sobra añadir que en Canarias, en toda España, hay mucha gente que sigue sin saber de qué va el rollo. Y no me refiero solo a los miles de personas que hoy participarán en una huelga -están en su derecho- convocada por unos sindicatos que al menos, justo es reconocerlo, tienen vergüenza de torero. Es decir, les puede más la vergüenza de seguir entregados a la gandulería, pese a lo que cobran del erario, que el miedo al ridículo de un fracaso aunque con huelgas, también eso es evidente, no se sale del agujero. Digo que no me refiero solo a los huelguistas que hoy legítimamente -lo reitero- no irán a trabajar, si también a quienes, erróneamente convencidos de que todo el monte es orégano, han intentado pasarse varios pueblos. Allá cada cual con sus pifias. Únicamente les recomiendo a unos y otros que empiecen a enterarse de qué va el rollo. Antes de que sea tarde, claro, porque establece una conocida ley de la física que toda acción conlleva su consiguiente reacción, y soy de los que tienen muy mala entrada por cualquier pitón.

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