EN 1798, el clérigo anglicano Thomas Malthus publicó su "Ensayo sobre los principios de la población" en el que afirmaba, entre otras cosas, que el número de habitantes del planeta tiende a crecer en progresión geométrica mientras que la producción de alimentos solo lo hace en progresión aritmética. Dos siglos después, las negras predicciones de Malthus sobre una hambruna generalizada por este desfase siguen sin cumplirse pese a que la población se ha multiplicado por siete. Aunque el hambre y la pobreza es un mal arraigado en muchísimos países del tercer mundo, las muertes por inanición se circunscriben a determinadas zonas. Un drama humano, indudablemente, pero sin alcanzar la categoría de hecatombe mundial predicha por Malthus. Incluso considerada en un ámbito global, y pese a esas carencias que persisten en demasiados lugares, la especie humana está hoy mucho mejor alimentada que en 1800. ¿Por qué?

Charles Hall, profesor de la Escuela de Montes y Ciencias Ambientales de la Universidad estatal de Nueva York y John Day, profesor emérito del Departamento de Oceanografía y Ciencias Litorales de la Universidad de Louisiana responden detalladamente a esta pregunta en un ensayo titulado "Los límites del crecimiento tras el cenit del petróleo". Un texto de lectura obligada cuando España tiene ante sí no únicamente la posibilidad de explotar unos yacimientos petrolíferos en sus aguas, sino también, y tal vez esto sea lo más peliagudo, un encrespado debate social sobre la conveniencia o no de realizar las prospecciones. De momento, conviene recordarlo para no caer en el cuento de la lechera, no se sabe si en la zona económica exclusiva que le corresponde a Canarias como archipiélago español existen hidrocarburos, ni en qué cantidad, ni si es rentable extraerlos. Un factor este último a tener en cuenta, considerando que, debido a la dificultad de acceder a unos yacimientos cada vez más "escondidos", hay que emplear más energía para sacar del subsuelo el llamado oro negro.

La hambruna maltusiana, y a eso voy, no se ha producido porque durante estos dos últimos siglos hemos contado con una energía suficientemente barata para dedicarla masivamente a la agricultura. "La técnica, combinada con la economía de mercado u otros sistemas de incentivos sociales, han aumentado enormemente la capacidad de la Tierra de acoger seres humanos", señalan Hall y Day. Pero la tecnología no trabaja gratis. Desde los años setenta quedó establecida la influencia del consumo de combustibles fósiles en la producción agrícola. Solo quemando más petróleo se ha podido alimentar a las cerca de 7.000 millones de personas que pueblan el planeta. Un consumo exagerado, se mire como se mire, pues para producir una caloría de alimento humano son necesarias diez de petróleo. Es decir, no nos hemos muerto de hambre a escala mundial porque cada vez hemos sido capaces de extraer más petróleo ya que a día de hoy, ilusiones al margen, las energías alternativas siguen siendo eso: una alternativa imprescindible para el futuro, nadie lo niega, pero algo bastante exiguo en el presente. Aún tendrán que transcurrir algunos años para que la energía eólica, junto con la fotovoltaica, la geotérmica, la hidroeléctrica procedente de pequeños embalses y la generada a partir de biomasa y desechos superen en conjunto a la producida en las centrales nucleares. En definitiva, el petróleo nos hace falta no solo para movernos, calentarnos o refrigerarnos; también nos resulta imprescindible para comer.

¿Cuánto petróleo nos queda? De nuevo disparidad de criterios. Los optimistas aseguran que seguiremos extrayéndolo durante cien años como mínimo; los pesimistas, en cambio, opinan que ya estamos a punto de superar el cénit de la producción. Lo preocupante, en este caso, es saber cómo decaerá la producción una vez alcanzado este punto máximo. Es decir, si la curva descendente será suave o muy empinada. Si hemos de hacerles caso a los optimistas, sólo se han explorado a fondo con técnicas modernas un tercio de las cuencas sedimentarias susceptibles de contener petróleo. La estadística, no obstante, está del lado de los pesimistas. Los mayores descubrimientos de nuevas reservas se realizaron entre 1950 y 1970. Desde entonces ha aparecido poco petróleo del que no se tuviesen noticias antes. Si hacemos una proyección estadística y suponemos que esta sea fiable, a partir de 2040 es muy poco probable que se encuentren nuevas reservas con cantidades significativas de petróleo.

A esto hay que añadir los ya señalados costes de extracción. Solo un 15 por ciento del crudo que hay en un yacimiento sale por la presión interna. Entre el 20 y el 40 por ciento siguiente se saca inyectando agua o gas natural en el pozo. El resto, nada menos que un 60%, suele ser muy difícil de obtener al estar bastante solidificado. Se están empleando varios sistemas de licuefacción que incluyen tanto el uso de productos químicos como el de bacterias que se desarrollan entre el crudo y la roca.

Estando así las cosas tecnológicamente hablando en el mundo del petróleo -un combustible, insisto, del que dependemos casi por completo en el planeta-, ¿es sensato plantear que un país altamente endeudado y con una economía que va a menos rechace comprobar, al menos eso, si tiene reservas en su territorio? Más aún, ¿pueden tolerar 45 millones de personas a punto de perder lo poco que les va quedando de su Estado de bienestar los juegos dialécticos de unos pocos acerca de si esos hidrocarburos están en aguas marroquíes, canarias, españolas o mediopensionistas?

Por otra parte ¿se puede seguir con la histeria ecologista habitual en estos casos, sumada a un oportunismo político de dos presidentes de cabildo y de un presidente autonómico políticamente finiquitado, máxime cuando los marroquíes ya están realizando sus prospecciones sin los rígidos controles que exige la Unión Europea? Respóndanse ustedes mismos. Por mi parte solo me queda una pregunta más: ¿qué sucedería si al final de esta historia no hubiese petróleo o, en el mejor de los supuestos, no fuese rentable explotarlo con la tecnología actual?

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