Cuando se escriben estas líneas aún no se había hecho público un parte médico oficial, pero tenga cuidado, Majestad. Sus piernas están ya muy dañadas y cuando los españoles le vemos caminar, negándose siempre a cualquier ayuda, nos ponemos en un ¡ay! Tenga cuidado, Majestad, con sus piernas y con sus ausencias en momentos en los que la lógica ciudadanía -siempre sabia- echa en falta su presencia. El que no acudiera a visitar a su nieto Froilán, también hospitalizado por un desgraciado accidente, sugirió interrogantes que han quedado respondidos: estaba de caza; nada menos que en África.

Ni que decir que Su Majestad tiene derecho a utilizar su tiempo libre como crea conveniente. Pero ¿es conveniente que viaje hasta África? ¿Es prudente arriesgarse cuando sus piernas ya no son lo que eran? ¿Podrán la mayoría de los ciudadanos entender que en medio de esta crisis que nos ahoga el jefe del Estado cace elefantes? Cuidado, Majestad, porque los españoles le queremos y reconocemos con orgullo su impagable contribución a la consolidación de nuestra democracia, pero usted sabe mejor que nadie hasta qué punto su familia está en el punto de mira y de preocupación, y es a usted, Majestad, a quien corresponde, antes que a ningún otro miembro de su familia, transmitir imagen y mensaje de tranquilidad, de ejemplaridad y de un orden perdido hace tiempo.

No es difícil suponer el estado de ánimo general de la familia del Rey y del propio Rey. Están siendo semanas y meses dolorosos y difíciles para todos sus miembros, a lo que hay que añadir la perplejidad de los propios españoles. El Rey, de nuevo en el quirófano, y la Reina, en Grecia. Ambos en viajes privados. ¿Debe entrar en el concepto de lo privado que el Rey viaje, nada menos, que a África?

Ahora lo urgente es que el jefe del Estado se recupere cuanto antes, y lo importante es rectificar algunos comportamientos que comienzan a resultar demasiado llamativos. No hay que escarbar demasiado para buscar un referente. Ahí están los Príncipes de Asturias. Los que hemos tenido el privilegio de compartir mesa y mantel con ellos podemos dar fe de la excelente preparación del heredero, de su prudencia y de la conciencia clara que tiene del papel que ahora le toca jugar y del que le espera en el futuro. Los que hemos vivido con emoción la Transición no podemos por menos que poner en valor el papel del Rey, y por ello sugerimos que tenga cuidado, Majestad.

Mientras el Rey acometía un vuelo de once horas, se cumplía el siglo del hundimiento del Titanic. La tragedia ocurrió también de noche, y ¿sabe una cosa, Majestad?: resulta que cuando recreamos aquellas imágenes, en las que el barco de gran lujo, aparentemente imbatible a los desmanes de la naturaleza, es tragado por las aguas, nos vemos a nosotros mismos. Ni la Bolsa ni la prima de riesgo ni los mercados ni el paro nos dan respiro. Los lujos y las certezas de antaño se han hundido. Como el Titanic, pero sin música que ahogue nuestros miedos. Cuidado, Majestad, porque no estamos para más sustos. Cuidado, Majestad, por el bien de los españoles y por el bien de su hijo, nuestro futuro Rey.