LAS PERSONAS que me leen se habrán sorprendido de que, sin estar en verano, no haya aparecido mi artículo del viernes pasado, cosa que creo es la primera vez que ocurre en muchos años que llevo escribiendo esta columna. Ocurrió que el Domingo de Resurrección, de pronto, me encontré mal, tuvimos que llamar a una ambulancia e ir a un centro de urgencias hospitalario privado, y tras el oportuno reconocimiento fui ingresado en el mismo centro, del que salí de alta el miércoles 11. El motivo de esta referencia, aparte de explicar mi ausencia, es expresar mi reconocimiento, por un lado, al trato recibido y, por otro, la deshumanización en algunos protocolos: lo primero que me hicieron fue ponerme como vine al mundo con una bata por encima, con lo cual pasé frío en muchos momentos y diversas incomodidades, y lo que no entiendo es que no exista, que yo sepa, la especialidad del médico de urgencia, que debería ser la más importante, pues de su diagnóstico depende en muchos casos la resolución adecuada del problema o su agravamiento. Tampoco que, para cumplir con su horario y protocolo en el turno de noche, a las seis de la mañana comienzan a tomar la temperatura, inyecciones, etc., a los pacientes, despertándolos lógicamente y no dejándoles descansar.

La situación de España en estos momentos es muy preocupante, y no solo bajo el punto de vista económico y el paro cada vez mayor, que es sin duda lo más acuciante. Pero es que la situación es preocupante en todos los sentidos: en valores, en patriotismo bien entendido, en cooperación a todos los niveles. Basándome en lo que dice el periódico ABC el 8 de abril en su artículo "España, todo lo que nos une", firmado por su director, voy a sacar unas conclusiones propias, pero en consonancia con lo que en él se expresa:

España vive un momento de extraordinaria dificultad. Parece que el conjunto de los ciudadanos no se percata de las verdaderas dimensiones de la crisis o sencillamente evita abrir los ojos y comprobar a nuestro alrededor que la realidad supera en mucho a la simulación que los propios medios de comunicación reflejan... La situación económica, con 90.000 millones de déficit del presupuesto del anterior gobierno, indiscutible herencia de estos últimos años de despilfarro y falta de control, alcanza niveles de extrema gravedad. Se une a esto el desquiciado desafío de los nacionalismos periféricos: Cataluña, País Vasco, y de menor importancia el canario y Andalucía... Ante este desafío debemos asumir el compromiso de volver a buscar y tratar de encontrar lo mejor de nosotros mismos para salir de esta situación en que nos encontramos, partiendo del principio de que juntos somos más y mejores que separados, aunque solo sea por el principio físico de que de la unión nace la fuerza y lo contrario. Siempre sumar fuerzas ha dado mejores resultados que restarlas, por eso no se entiende que el otro gran partido nacional, el PSOE -de los nacionalismos más vale no hablar, ¡están en lo suyo!-, solo estaría dispuesto a colaborar si el gobierno, con el respaldo de una mayoría absoluta, se pliega a sus pretensiones y a continuar con las políticas que nos han llevado a la situación actual. Este posible pacto de gobernabilidad o entendimiento permitiría iniciar grandes e importantes cambios: como la regulación de las Autonomías, la regulación de las huelgas, la política exterior, la Ley Electoral encaminándose a la lista más votada o a una segunda vuelta, pera evitar el gran poder actual de ciertos nacionalismos, etc. Debemos considerar en primer lugar más lo que compartimos o nos une que lo que nos diferencia, contribuyendo a subrayar y alimentar cuanto nos acerca y nos hace semejantes, poniéndolo en valor sin complejos ni sectarismos, constituyendo sin duda esto la idea más "progresista" de España, la regeneración profunda de la sociedad actual española.

Si a esta situación le añadimos el desdichado viaje del jefe del Estado a una cacería en Sudáfrica, aunque fuera invitado, e incluso consiguiendo importantes relaciones, pero poniendo en riesgo la propia Jefatura, ocasionando comentarios sin número (incluso manifestaciones de la izquierda, pidiendo su abdicación o incluso el cambio de régimen de monarquía a república, cuando esto está debidamente regulado por la Constitución, a la que nos tenemos que adaptar si no nos queremos convertir en una república bananera o una dictadura de izquierdas), todo se complica más. El Rey es humano y tiene sus debilidades, como todos. Creo que España tiene que agradecerle numerosos e importantes servicios, pero no cabe duda de que ha sido enormemente inoportuno este viaje por la situación actual y las connotaciones. No solo no debemos olvidar la tranquilidad y prosperidad que hemos disfrutado estos años, sino los pésimos resultados que tuvieron las dos repúblicas anteriores en España, la primera con el caos, el descontrol y el cantonalismo, con luchas entre pueblos vecinos (Murcia y Cartagena); la segunda, con incendios de iglesias y monumentos, ametrallando estatuas y matando gente inocente por el hecho de practicar una religión que propugna el amor entre los hombres y poner la otra mejilla cuando se es abofeteado, terminando en una guerra civil inevitable.

Para terminar esta miscelánea con algo más amable, voy a referirme al cumpleaños del Papa Benedicto XVI, que cumplió 85 años el lunes 16 de abril, habiendo nacido en Baviera en 1927. El santo padre, que mantiene una lucidez envidiable y una fortaleza física importante, a pesar de haber tenido dos ictus leves, es el sexto Papa más longevo de los últimos siete siglos. El 19 de abril cumplió también su séptimo aniversario como Pontífice, que es el 265 de la historia. Ha realizado veintitrés viajes internacionales, los últimos a México y Cuba recientemente, y prepara para después del verano uno al Líbano. Ha presidido y organizado cuatro sínodos de obispos, publicado tres encíclicas, presidido tres Jornadas Mundiales de la Juventud (la última en España, de gran resonancia y éxito), un Año Paulino y un Año Sacerdotal. Ha escrito dos libros: sobre Jesús de Nazaret y otro de entrevistas, "Luz del mundo". Mantiene un diálogo interreligioso muy importante continuando lo iniciado por Juan Pablo II.