EN CUALQUIER país europeo se paga bastante más que en España por estudiar en la Universidad. Cierto que en casi todos los países europeos los salarios son más altos que en el nuestro, pero la carestía extra de la enseñanza superior no guarda relación con el desfase de ingresos: es más abultada. El máximo se produce en Estados Unidos, donde matricularse en una facultad o escuela técnica superior supone, en muchos casos, más un reto económico que intelectual. Ocurre, pese a ello, que en Estados Unidos los alumnos disponen de un sistema de créditos blandos. Becas también, pero no son lo más importante. Préstamos que pueden pagar una vez licenciados por dos motivos: primero, porque encuentran trabajo con facilidad; segundo, porque ese trabajo, al estar en consonancia con lo que han estudiado, les aporta retribuciones suficientes para afrontar con holgura las cuotas del banco.

No hace falta decir que en la situación española, con más o menos la mitad de la juventud, incluida la universitaria, en paro, la posibilidad de pedir un crédito para estudiar cualquier carrera resulta un asunto de ciencia ficción. No digo ya carreras con perspectivas de éxito económico (cito al azar medicina, enfermería, derecho, empresariales, cualquier ingeniería; disciplinas así), sino otras que no menciono para no herir susceptibilidades pero que todos tenemos en mente. Los estudios de humanidades, sin ir más lejos.

A lo que voy: tratar de aplicar aquí el sistema europeo de la noche a la mañana supone un tirón capaz de arrancarle a cualquiera la mano, el brazo y hasta el cuerpo entero. Ya sabemos que lo abonado por un alumno en una Universidad pública no llega al 20 por ciento del coste del curso. Es decir, en España todos los que realizan estudios superiores en un centro que no sea privado están becados. Y para los que quieren, y pueden, pagar están las universidades privadas con sus peculiaridades que todos conocemos. Aumentando las tasas, aproximándolas al coste real de los estudios, lo que se está haciendo es privatizar la Universidad pública. Eso por no hablar de la calidad de la enseñanza recibida. ¿Va a ser la misma que en las universidades privadas de prestigio, que las hay?

Bien está que se carguen las tasas en los repetidores, aunque habría que indagar cuántos de esos repetidores lo son porque tienen que simultanear su asistencia a las aulas con un trabajo secundario, habitualmente mal pagado; y tienen que trabajar porque en caso contrario no podrían estudiar. Las cosas no son tan sencillas como uno las dibuja -o las escribe- sobre un papel. Pero en fin, si pagar más supone que haya menos rácanos, adelante por ahí. Sin embargo, aumentar las tasas de forma generalizada vaciará muchas facultades. Ante todo porque a partir de ahora la gente va a pensar mucho si le merece la pena dedicar cuatro, cinco, seis y hasta más años de su vida, junto con una ingente cantidad de dinero, para titularse en algo que de muy poco le va a servir para encontrar luego una ocupación bien pagada. Si lo que se pretende es vaciar las universidades antes de empezar a cerrarlas, no hay duda de que se ha elegido el mejor camino

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