NO ES que sea el percance más grave que nos haya ocurrido a los españoles últimamente, cuando el Partido Popular anuncia la subida del costo de los medicamentos, que los pensionistas tendrán que pagar en proporción a sus ingresos, asistimos a la decisión unilateral del gobierno argentino de la expropiación de la filial de Repsol, los trabajadores sufrimos los recortes y ajustes de la crisis de la que la gran mayoría de los ciudadanos de a pie no tenemos ninguna culpa, costará mucho más ir la Universidad y, además, en Canarias subirán los impuestos y se reduce la paga extra de Navidad a los empleados públicos, no, pero la suma desafortunada de acontecimientos con relación a la Casa Real nos llena de especial preocupación.

Es cierto que don Juan Carlos es ante todo un ciudadano más de carne y hueso, como cualquier persona con grandezas y debilidades, del que no podemos pretender la perfección sobrenatural, y si bien merece el respeto que le corresponde como jefe de Estado, también, en consecuencia, esperamos de él un comportamiento ejemplar. Ha tenido la mala suerte de sufrir una caída con fractura de cadera propia de una persona que ya tiene 74 años cuando se encontraba en un país africano, Botsuana, que apenas sabíamos que existía, lo que obligó a un regreso urgente a España para ser intervenido quirúrgicamente. Había acudido en viaje privado, invitado a una cacería de elefantes, habitual en ese país como fuente de ingresos, todo un paraíso para los amantes de la caza mayor, que ofrece safaris con licencia para abatir un elefante por 37.000 euros. Hay que recordar que la vela y la caza son aficiones de don Juan Carlos, por otra parte toda una tradición familiar de los Borbones, y matizar que el accidente no se produjo mientras cazaba, no, fue que cayó al tropezar con un escalón cuando se levantó a las cinco de la madrugada para dirigirse al baño en el campamento donde descansaba.

En estas circunstancias, don Juan Carlos es una persona como cualquier otra a la que deseamos una pronta y total recuperación de su grave fractura. En el plano oficial -mientras sea necesario lo representa el Príncipe de Asturias-, PSOE y PP le han deseado su curación; otros partidos, como IU, cuestionan la asistencia a la cacería en sí y solicitan un referéndum, y hasta ha habido voces que claman por su abdicación para no estar sometido a responsabilidades públicas y haga lo que quiera con su vida privada. Pero realmente lo que más ha impactado a la opinión pública por su rápida distribución mundial en internet es una foto del Rey con rifle delante de un elefante abatido.

Mala suerte también que días antes uno de sus nietos, Felipe Marichalar, sufriera una lesión en un pie al disparársele un arma cuando se encontraba con su padre, caso que ha sido archivado por la Justicia. Y mala suerte también que de la Casa Real se esté formando la sospecha de que algunos de sus miembros hayan hecho negocios valiéndose de su condición privilegiada, como es el caso muy repetido del yerno del Rey, Iñaki Urdangarin, y la repercusión que pueda tener en su hija la infanta Cristina.

Personalmente, confieso mis simpatías por don Juan Carlos desde la noche del 23 de febrero de 1981, cuando apareció en la pantalla de Televisión Española anunciando su posición contraria al golpe de Estado bochornoso que nos tocó vivir y sufrir, y valoro el papel que le ha tocado desempeñar en pro de la consolidación de la democracia en España. Pero no oculto que no me ha gustado para nada que haya participado en una cacería de elefantes en Botsuana, o que los gastos presuntamente hayan podido correr a cuenta de fondos privados a cambio del favor real. En cualquier caso, hay algo positivo que ha aminorado la tensión contra él: ha reconocido su equivocación y ha prometido que no volverá o ocurrir. Todo un hecho histórico que por primera vez el Rey pida perdón a todos los españoles.

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