HERODOTO escribió en el primer capítulo de sus "Historias" que los persas tenían la costumbre de discutir sus asuntos más importantes en estado de embriaguez. Si las decisiones que habían tomado les seguían pareciendo bien al día siguiente, una vez pasados los efectos de la borrachera, las aceptaban. Si no era así, las revocaban. Y también hacían lo contrario: después de beber validaban todo aquello que habían decidido estando sobrios.

No eran los únicos. Según Tácito, los germanos antiguos tenían la misma forma de deliberar. Ahora que sus descendientes -los germanos modernos- han tomado el mando, se me ocurre una idea para que Rajoy quede como un rey (en sentido metafórico) con la señora Merkel: rescatar esa técnica ancestral para las deliberaciones del Consejo de Ministros.

Pongamos por caso que el ministro Wert propone aumentar el número de alumnos por aula y se decide que sí. Pues antes de anunciar la medida en rueda de prensa y afirmar que no afecta a la calidad educativa, se sirve una copa de vino español y todos a deliberar de nuevo. Que a Rajoy la amnistía fiscal ya no le parece "una ocurrencia que el PP no apoyará en ningún caso" y se acepta la propuesta del ministro Montoro para que los defraudadores se puedan ir de rositas: se descorchan unas botellas de cava y a deliberar de nuevo. Que el ministro Fernández propone modificar el Código Penal para que la resistencia pasiva sea considerada un atentado a la autoridad: unos chupitos de "sol y sombra" y a deliberar de nuevo. Que la ministra Mato propone que los jubilados vuelvan a pagar una parte de los medicamentos que necesitan: unas ginebras con hielo y pepino y a deliberar de nuevo.

A lo peor no cambian las decisiones del Consejo de Ministros, pero, visto lo visto, tampoco hay nada que perder. Y, si la cosa tiene éxito, puede cundir el ejemplo en el resto de administraciones. Que un presidente autonómico quiere montar una televisión o abrir una embajada en Londres: güisqui de malta con los veinte asesores -los consejeros no pintan demasiado- y a deliberar de nuevo. Que un presidente de diputación quiere hacer un aeropuerto: un buen vino de la tierra con el jefe de prensa -los diputados provinciales pintan menos todavía- y a deliberar de nuevo. Que un alcalde quiere un edificio de Calatrava: unas cervezas en vaso de plástico con las asociaciones vecinales -sobre los concejales mejor ni hablamos- y a deliberar de nuevo.

Vale, de acuerdo, puede que esta propuesta sea un disparate (después de todo, los persas y los germanos antiguos eran gente de criterio); quizás debí tomarme un "cubalibre" y deliberar conmigo mismo antes de compartirla con ustedes.