ESTA es la pregunta que me hacen, en unos cuantos correos que he recibido, como consecuencia de mi artículo "Un extraño en casa", o la incomunicación de los adolescentes, y que, con bastante frecuencia, escuchamos los que durante años nos hemos dedicado a la docencia, a partir de los doce o trece años de los chicos: "Es que ahora mi hijo no quiere estudiar; ¿cómo lograr que lo haga?... ¿Ponerlo a estudiar?". Es decir, que en principio es bastante normal que a un adolescente le cueste estudiar.

Por lo general, hasta ahora el niño, si no estudiaba, era porque tenía otro estímulo mejor, que era jugar o ver la televisión; pero no tenía ningún problema personal para no estudiar. Al llegar a la adolescencia, de repente, empiezan a bajar las notas y ya no estudia como antes. Porque en esta edad no solo tiene dificultades con el ambiente que le rodea y el nefasto sistema educativo que padece, más el cansancio físico propio de la edad, sino que además tienen una dificultad interior: ahora no quiere estudiar porque su actitud interior le tira para no estudiar; como suelo decir, tiene dentro como un duendecillo que le tira para abajo, que le lleva a pensar: "Una hora de estudio... Mi madre, lo que cuesta eso... Ahora me pongo". Hay chicos trabajadores que esto lo superan con facilidad, pero a la mayoría le cuesta.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que estudiar siempre supone enfrentarse con las propias limitaciones, y cuando no se vence esa pereza puede llegar a ser muy frustrante. Quizás si echamos la vista atrás recordemos lo bien que se nos daban las matemáticas, pero lo mucho que nos costaba el latín y lo desilusionados que nos sentíamos cuando teníamos que estudiarlo.

¿Qué pasa cuando vemos que ya no podemos motivarlos para el estudio o ayudarles como hasta ahora? Cuanto antes hay que entrevistarse con su profesor tutor, o con el profesor de la asignatura que se le ha "encasquillado" -que con toda seguridad conocen con mayor objetividad las dificultades de nuestro hijo- para elaborar juntos un plan de estudio o recuperación, después de haber escuchado al chico y de acuerdo con él. ¡Esto le motiva bastante! Hay que coger el toro por los cuernos para evitar que comience a arrastrar asignaturas y la "bola" sea cada vez mayor.

Existe una extensa bibliografía de cómo motivar a los hijos para el estudio, pero lo que no hay son recetas. Según mi modesta experiencia, cada chico o chica es único e irrepetible. Como se suele decir, "cada hijo es un mundo" -es cierto-; por lo tanto, es imposible hacer un protocolo -ahora que tanto se estila- de recuperación o motivación. Hay que hablar con el chico -padres y tutor por separado- para saber qué le preocupa, qué le gusta o le gustaría hacer cuando sea mayor; ver su temperamento, cómo se desarrolla su carácter y tratar de precisar sus aptitudes intelectuales; pero, sobre todo, saber el dominio de los conocimientos instrumentales básicos: si sabe leer y escribir bien, si entiende lo que lee y si sabe lo que escribe, además de los rudimentos básicos de cálculo. Conocí a un alumno que estuvo arrastrando en toda una carrera universitaria una asignatura de primero porque no sabía dividir decimales; por lo visto, el bachillerato que hizo era de letras puras. Si no domina todo esto es como el que está en constante fuera de juego: se aburre y no se entera.

Pero si el chico es medianamente normal, se le aclaran las ideas y se propone el estudio como un reto, que tanto les gusta a los adolescentes. Porque, después de todo, suelen ser bastante arrojados (esto puede ser un punto de partida) y, con frecuencia, con ideales sorprendentes, aunque necesitan apoyo en la constancia.

De todos modos, hay que ser realista; los padres nunca debemos hacernos películas con los estudios de nuestros hijos. Si se llega a un momento de falta de motivación total, o la desidia a un punto de no retorno, hay que poner las cartas sobre la mesa y, a través del tutor, pedir al orientador del centro que estudie las capacidades del chico -soy de los que piensan que no todos los chicos son capaces de hacer una carrera superior- para que nos informe de posibles alternativas: formación profesional, un módulo... Pero nunca, ¡nunca!, podemos dar a un hijo por perdido.

y profesor emérito del CEOFT