DICEN los ecologistas -los verdaderos, los que quieren una isla para vivir, no los del no a todo, que no quieren contemplar las necesidades que la vida moderna exige- que pocas islas ofrecen la variedad de paisajes y climas que Tenerife pone a disposición de sus habitantes y visitantes. Su altura, sus costas y zonas boscosas se manifiestan en mil contrastes sorprendentes que causan profunda admiración en quienes los contemplan. La pega está en que la mayoría de nosotros no los disfruta: acostumbrados al vehículo, solo acudimos a lugares accesibles. Pasa como con los restaurantes: si no tienen aparcamiento, es preferible dedicar el salón de marras a otra actividad. Desgraciadamente, nos hemos hecho muy cómodos, con lo cual nos da por acudir a lugares ya pensados por los demás, de tal modo que cuando llegamos a ellos nos encontramos con auténticas multitudes que nos impiden disfrutar del entorno como esperábamos.

El canario, al menos los tinerfeños, lo tiene claro: la crisis estará en todas partes, se vive y se respira dondequiera que nos hallemos, pero nadie se priva de acudir los domingos a una típica casa de comidas para degustar los platos de nuestra comida tradicional. El gasto no excederá de 40 o 50 euros por matrimonio, incluso menos, pero no hay dinero tan bien gastado como este. ¿Que luego hay que apretarse el cinturón privándose de algunas cervezas y cortados semanales? Pues vale, se priva uno de ellos y no pasa nada.

Las salidas dominicales, además, tienen su rito. No se trata de salir por salir. El ocio que se disfruta durante esas horas lleva aparejado el encuentro con familiares y amigos, la charla desenfadada, la risa de los chistes de última hora y... la visita a algún lugar situado por los alrededores, si es posible poco frecuentado y tranquilo. Claro, ya lo dijimos antes, esto es poco menos que imposible porque nuestra condición de isla impide el desplazamiento a lugares muy alejados del entorno; aquí, recorriendo cien kilómetros, una hora, nos lleva al otro extremo de la isla.

Por eso hace unos días -paciencia, ya llegué a donde quería llegar- me vino a la memoria la polémica que se produjo hace unos años debido a la pretendida recuperación de la costa de El Sauzal. Recordé entonces que en las zonas conocidas como El Cangrejillo, Rojas y el Puertito, todas sitas en El Sauzal, se había levantado una importante cantidad de chabolas -más de cuatrocientas- que afeaban la belleza del lugar. El propósito de la Demarcación de Costas de Tenerife había sido muy claro: en aplicación de la ley en vigor, tal y como se estaba llevando a cabo en diferentes lugares del territorio español, todas aquellas chabolas serían demolidas y el espacio resultante dedicado al solaz y esparcimiento de todos los tinerfeños.

La verdad es que, después de tantos años, ignoraba si la obra en cuestión se había llegado a realizar. Era posible, pensé, que la presión popular, sobre todo de quienes durante tantos años habían ocupado aquel asentamiento, hubiese impedido la realización del proyecto. Para confirmarlo -o desmentirlo- acudí a la hemeroteca de EL DÍA, y allí, con gran sorpresa mía, comprobé que la Demarcación de Costas había logrado su propósito, de modo que el lugar en cuestión, tras las obras realizadas, no recordaba en nada el antiguo.

Pero para darse cuenta de lo que se ha hecho en la costa de El Sauzal hay que ir a verlo. Poco antes de llegar a la carretera que va al Puntillo del Sol se encuentra la que desciende al Puertito, una vía lamentablemente muy estrecha que solo permite el paso de un vehículo, si bien hay varios ensanchamientos que nos dan la posibilidad de aparcar para que pasen los que vienen en dirección contraria. Y aunque el trayecto sea difícil y complicado -recordemos el descenso hasta Masca-, el "premio" lo merece: un espacio completamente natural donde el mar rompe contra los pequeños acantilados; senderos amplios y bien señalizados por los que se puede pasear sin agobios; un respeto absoluto al medio ambiente que ha posibilitado la recuperación de la flora autóctona y, sobre todo, un silencio, una paz y una tranquilidad que sin duda alguna impregnarán nuestros pulmones y, una vez más, hará que nos sintamos orgullosos de ser tinerfeños.

Es posible, si este artículo lo lee mucha gente -más que nada por curiosidad, no por lo que pueda influir su lectura-, que a lo largo de las próximas semanas el lugar sea bastante visitado, por lo que es necesario que el ayuntamiento sauzalero emprenda con urgencia una obra indispensable: la regulación del tráfico. Ya he dicho que la carretera, muy angosta, solo permite el paso de un vehículo. Creo que colocando dos semáforos, solo dos, uno al principio y otro al final de la vía, y dejándolos en verde durante diez o quince minutos, sería suficiente para que los vehículos lleguen a su destino sin hacer peligrosas maniobras a fin de ocupar los apartaderos. Todos lo agradeceremos.