SI BIEN la situación actual española es caótica, especialmente en el tema económico, se ha procurado en primer lugar contener el déficit tal como nos pide Europa, especialmente Alemania, pero la realidad es que al cerrar tantos organismos públicos y despedir de los mismos a tanto personal, se ha producido un aumento impresionante del paro, prácticamente en un trimestre lo que se esperaba -y así debería haber sido- en un año, alarmando a la población, disminuyendo el consumo y la recaudación de impuestos, con lo que se ha retrasado la recuperación deseable, habiéndose retirado gran parte de la inversión extranjera. Como siempre, las clases que más han sufrido las reducciones son las bajas y medias, las que menos posibilidades tienen de recuperación y, posiblemente, las más endeudadas por encima de sus posibilidades, por lo que no resulta extraño ver en las colas de Cáritas licenciados universitarios.

Comprendo que no es sencillo encontrar una solución, que es fácil criticar y ver los toros desde la barrera, pero el gobierno del PP, con un equipo técnico cualificado que tiene, debería haber tenido algo más de creatividad y buscar soluciones más imaginativas. Por ejemplo, Irlanda, que a pesar de estar intervenida, situación a la que nosotros no hemos llegado, ha presentado un plan de creación de empleo destinado a generar más de cien mil nuevos puestos de trabajo durante los próximos cuatro años y doblar esa cantidad para 2020. El plan obliga a dos de los mayores bancos irlandeses a cumplir cada año con unos objetivos de crédito con negocios "sostenibles". Ambas entidades deberán ser capaces de ofrecer créditos a pequeñas y medianas empresas por un valor de 3.500 millones de euros durante este año y de 4.000 millones durante el año siguiente. El Gobierno irlandés creará, además, un Fondo de Desarrollo de Capital, dotado con 150 millones de euros, para apoyar las empresas de pequeño y mediano tamaño que tienen potencial para crear empleo, pero encuentran dificultades para acceder a créditos, y creará un programa de microcréditos para aquellas empresas que no superen la necesidad de 25.000 euros de capital para trabajar.

Pero hoy quiero dedicar especialmente la columna a recordar una fecha cada vez menos nombrada y celebrada: la fundación de la ciudad de Santa Cruz de Santiago de Tenerife. Basándome en cuanto dicen la "Guía Oficial de Santa Cruz de Tenerife", en su edición de 1997, y "Apuntes para la historia de las antiguas fortificaciones de Canarias", del ingeniero militar Pinto y de la Rosa, D. Alonso Fernández de Lugo se hizo a la mar desde Gran Canaria con más de mil soldados de infantería, centenares de auxiliares nativos de otras islas y ciento veinte caballos a bordo de quince bergantines bien pertrechados de ballestas y demás armas, procedente de la torre de Agaete, el 30 de abril de 1494, echando anclas en el puerto de Añaza a las seis de la mañana del día siguiente, 1 de mayo; desembarcó por la orilla derecha del barranco de Santos, en el cual entraba el mar, llegando hasta donde hoy está la ermita de San Telmo, y allí plantó una cruz de madera, que se conserva en la parroquia de la Concepción de la capital, de donde sale cada día 3 en solemne procesión. Donde hoy se halla el barrio de El Cabo estableció el Adelantado el Real y celebró con gran pompa el Día de la Cruz, el 3 de mayo, considerándose a partir de entonces esta fecha la de la fundación de la ciudad, capital de la provincia y cocapital del Archipiélago, situada en la parte oriental de la isla de Tenerife, en el lugar conocido por los primeros pobladores como Añaza.

Santa Cruz fue un pequeño núcleo urbano hasta el siglo XVIII. La construcción de la ciudad comenzó a un lado y otro del barranco de Santos, más llano el margen sur y más irregular y pendiente el norte, que fue, sin embargo, el que acusó el mayor crecimiento urbano. A partir de ese siglo la tónica de crecimiento se acelera de forma inusual, convirtiéndose en una localidad con capacidad para que a comienzos del siglo XIX pueda convertirse en la capital del archipiélago. Dos fueron los acontecimientos, según Darias Príncipe, que influyeron en esta transformación: la destrucción del puerto de Garachico a causa de la erupción volcánica de 1706 y el traslado del comandante general D. Lorenzo Fernández Villavicencio, marqués de Vallehermoso, que en 1723 se cambió de La Laguna a Santa Cruz, al castillo de San Cristóbal, logrando el engrandecimiento del "lugar" que era entonces, por todo lo que este cambio llevaba consigo. Por ejemplo: traslado de las más importantes estructuras administrativas, políticas, culturales y económicas. Y, además, que a partir de ese momento el puerto de Santa Cruz, que era una realidad en 1750, fuera el único habilitado en toda la provincia, prohibiéndose que ninguna embarcación atracara en otro puerto sin antes haber pasado por el de Santa Cruz. La ciudad crece y ya en 1753 se menciona la calle del Pilar; se avanza, se consolidan y pueblan núcleos de los barrios de extrarradio, hasta entonces inconexos, que se funden. El siglo XVIII significó también la consolidación de los ejes básicos de la trama urbana: dos en dirección Norte-Sur y cinco en dirección Este-Oeste. Fue propósito de los comandantes generales el progreso y engrandecimiento de la futura capital provincial. Las grandes realizaciones del siglo XVIII fueron llevadas a cabo por los ingenieros militares: a Francisco de la Pierre lo designa D. Juan de Urbina director técnico de la construcción del muelle de Santa Cruz, y Antonio Samper diseñó la torre de la parroquia de la Concepción y el edificio del Globo, siendo Amat de Tortosa el proyectista de la Alameda de la Marina, y Luis Fermeño levantó el plano del puerto de Santa Cruz en 1771, que atrae y potencia el "lugar" que era la capital.

En el siglo XIX, la política seguida por los comandantes generales dio sus frutos y la derrota de Nelson en su ataque a Santa Cruz, en 1797, propició que en 1803 se lograra el título de Villa exenta, independizándose del Cabildo de La Laguna, y obteniendo en 1822 el rango de capital militar del Distrito de Canarias. Se le concede por la reina Isabel II el título de Ciudad el 29 de mayo de 1859. En este siglo el crecimiento demográfico es espectacular, pasando de 7.822 habitantes en 1824 a 63.000 en 1900, consolidando la gran expansión urbana. Fue en 1927 cuando se produce la división en dos provincias: la de Santa Cruz de Tenerife y la de Las Palmas.

En su escudo, sobre campo de oro, expresión de su lealtad en defensa de la patria; una cruz, patrona de la ciudad; una espada o cruz de la Orden de Santiago en recuerdo de la gesta contra Nelson; tres cabezas de león recordando las victorias sobre Blake (1657), Jennigs (1706) y Nelson (1797); dos castillos, los de la Plaza, cuatro áncoras de plata, la Cruz de la Orden Civil de Beneficencia, por la epidemia de cólera de 1893; una isla, la de Tenerife, con su Teide, de plata y bordadura de azul, por el Atlántico.