EL KARMA se dice que es una energía trascendente invisible e inmensurable que se deriva de los actos de las personas, de manera que en cada una de las posibles reencarnaciones que se experimentan estará condicionada por los actos realizados en vidas anteriores, es decir, que nos encontraríamos ante una ley cósmica de retribución, o de causa y efecto. El karma explica los dramas humanos como la reacción a las acciones buenas o malas realizadas en el pasado más o menos inmediato. Según el hinduismo, la reacción correspondiente es generada por el dios Iama; en cambio, en el budismo y el yainismo esa reacción es generada como una ley de la Naturaleza. En las creencias indias, los efectos del karma son vistos como experiencias activamente cambiantes en el pasado, presente y futuro. Así, según esta doctrina, los seres humanos tienen libertad para elegir entre hacer el bien y el mal, pero hay que asumir las consecuencias derivadas. Pues bien, haciendo uso de este derecho y dado que a "mi karma" le ha salido la vena traviesa y anda, desde hace años y por razones que desconozco, intentando hundirme en la miseria, hoy he decidido rebelarme. Lo haré a su manera, es decir, manteniendo el anonimato de su nombre -es así como hace comentarios a mis artículos en revistas especializadas o en los foros donde estos se reproducen, escondiéndose de manera cobarde tras la palabra anónimo-, pero lo hago, más que por lástima, por el simple hecho de no compararme y ponerme a su nivel.

Le denomino karma por no llamarle inculto, baboso, perro sarnoso, ser humano impresentable, enterado, arrogante, envidioso, mala persona, pero sobre todo por no mentar a su madre, que me parece una santa. Este ser abominable trabaja en un organismo público, de funcionario raso y de adulador a ratos, ya que sus conocimientos sobre el protocolo no dan para más allá y allí donde va a asesorar no vuelve; es más, ni sus familiares cuando han estado en la política le han querido a su vera. Es un "profesional" que ejerce de acomodador, de acompañante en ausencia del titular de la plaza, y para eso -pese a que la naturaleza no le ha dotado de apostura- se pone traje y corbata creyendo que así parece un señor. ¡Qué ignorancia! La clase es algo con lo que se nace y, en este sentido, a su falta de altura física se le suma la carencia de altura moral, convirtiéndole en un ser babeante que se arrastra por diversos foros presentándose como lo que no es, poniendo a los que sí estamos titulados -e incluso ejercemos la docencia en diferentes universidades- como cantamañanas, sin darse cuenta de que él no es capaz de acometer la tarea de incoar un expediente en condiciones, simplemente no porque carezca de cultura en heráldica, vexilología, historia o derecho, sino porque no tiene un mínimo de cultura general.

Se puede entender que la madre naturaleza pueda ser sabia y privar a alguien de unos centímetros de más o que se continúe con la genética familiar y se tenga tendencia a la dilatación del abdomen. Podemos, en un ejercicio de inconsciencia, culpar a los demás de nuestras propias frustraciones, buscar fantasmas del pasado, citar episodios que justifiquen un carácter agrio, cualquier cosa, pero de eso a ser mala gente media un largo camino. A este perro que se hace faldero cuando está cerca del poder, de presa cuando me ve en lo que considera sus predios, de caza al rastrear mis trabajos, ladrador por pura envidia, husmeador al entrar en páginas profesionales para criticar mis artículos, carroñero por untarse con lo que considera basura..., a este perro tan cobarde que manda correos y deja el rastro, que ataca en las redes sociales a los que me han dado su amistad y confianza profesional; a este perro que en su incultura me acusa de plagio por referir palabras de otros -que además han sido y son mis amigos-, pese a que cite las fuentes y hable de cosas que se sustentan en la historia y, por tanto, no pueden versionarse, a este perro habría que ponerle un bozal y atarle corto. Es más, yo le retaría a que diera la cara, a que se vistiera como los hombres por los pies, para así brindarme la oportunidad de desenmascararle abiertamente, reproduciendo sus textos llenos de babas, mordidos en la soledad de ese aburrimiento mental que le ataca cuando acaba su tarea de segundón, papel en el cortometraje de la actualidad por el que nunca se llevará un galardón.

Querido karma, anónimo y cobarde, cansada de ignorarte, de hacer mía la máxima de "a palabras necias oídos sordos", hoy he decidido liberar un poco de rabia, espero que no te moleste; al fin y al cabo, es solo una mínima cantidad si la comparas con la que destilan tus ojos cuando se detienen en mi nombre. Por cierto, vuelvo a la Universidad de Vigo este año como ponente; lo digo por si quieres que te presente a mi querido amigo, profesor y doctor en Ciencias de la Comunicación Fernando Ramos. Seguro que te habla del código deontológico de la profesión y de la elegancia de maneras que deben mantenerse en este oficio. Un hueso que para ti será duro de roer.