ESTA es una frase que se le atribuye al economista James Tobin cuando en 1972 se padecían tifones monetarios (los de ahora son mucho más turbulentos), lo que le llevó a manifestar que había que fijar impuestos para las transacciones de cambio con el fin de permitir a los gobiernos lograr una cierta autonomía en materia de política macroeconómica e ir al revés; no aceptar y no propiciar políticas económicas a largo plazo, porque este dura diez minutos. Y así nos lo dice la evidencia. No se está en condiciones, por la turbulencia de los mercados y los desequilibrios de los Estados, de pensar más allá del día siguiente. Las novedades en esta materia duran lo que tardan en aparecer, prácticamente nada, instantes, por lo que o se es un avezado y un predictor o la cuestión se origina en catástrofe porque coge a los países con el paso cambiado, sin apenas resuello y con las fuerzas rellenando vacíos, conferencias, reuniones que vienen a ser como una cámara de resonancia o meramente un fondo de saco donde se quedan enquistadas por más que se recorte, por más sacrificios que se les imponga desde el ordeno y mando a la sociedad, que está obligada por propia inercia de supervivencia a gritar con fuerza que ¡ya está bien!

Esta cuestión que encierra el enunciado, y que es válido para la economía porque es la evidencia la que no lo está diciendo, debe asumirse por la política pura, para que no se deje enredar por la economía, que es la que nos ponen como pretexto y telón de fondo para justificar carencias y atracos al bolsillo de los ciudadanos. Por lo tanto, la política no debe dejarse arrastrar por la vorágine de acontecimientos que no son controlables por los gobiernos, por lo que estos deben poner la marcha forzada y rápida para adelantarse a los designios que pone en el timón de la sociedad a la economía, lo que hace que se subsuma a la política, la anule y sepulte en el banco de galeras.

La política no se puede establecer a largo plazo, dado que los acontecimientos circulan a velocidad de vértigo, por lo que hay que marcar una hoja de ruta no muy alejada en el tiempo, no muy distante que absorba la realidad, que se meta en la prontitud de la acción, porque se ha definido, se ha asentado y, por deducción, se ha consolidado, y lo ha hecho con contundencia y eficacia.

Y la política que se debe desarrollar en las Islas, que muchas de ellas están sujetas a los dictámenes del centralismo español-castellanizante, debe ir zafándose de inventos que circulan en las mesas de despacho de este o aquel ministerio o de esta o aquella ocurrencia gubernamental, dando la espalda a la realidad canaria. De ahí que Canarias no puede esperar, no debe hacerlo, tiene que dar la cara y poner en la mesa del debate que el tiempo es oro, que no se puede continuar con actitudes de vasallaje que se dictan para una legislatura, porque cuando esta termine estarán muchos millones de personas en el más puro desahucio tanto por allá como por aquí.

El largo plazo estrangula las decisiones, dificulta la realidad y ,sobre todo, empalidece la labor de una acción política consecuente. Y hablamos desde la estructura nacionalista, que nos hace, cada día que pase y de manera indirecta, colaboradores con el despropósito y más aún situarnos en el carril de la larga distancia, lo que es el peor de los errores.

Los discursos que nos llegan son harto conocidos, los pretextos y cortinas de humo son inaceptables, por lo que o se rompe el silencio y se da luz a la oscuridad, lo cual no puede esperar más de diez minutos, o seguiremos remando el barco desde el banco de galeras.