COMO no teníamos pocos problemas (la crisis de la deuda, un paro desbocado, una banca atrincherada en sus balances enladrillados, un déficit galopante, una situación social que no termina de encajar, el hecho de que la mayoría de los ajustes empiecen y acaben en sus maltrechos bolsillos...), ahora nos surge una crisis de prestigio internacional relacionada con los expolios sorpresa y la marca España. Hecho que tiene mucho que ver con nuestra fatigada imagen exterior, que se ha deteriorado o, como mínimo, desnaturalizado durante los ochos años de la impresentable livianidad política y el buenismo irresponsable del gobierno de Zapatero.

A diferencia del Reino Unido de la Gran Bretaña, que supo crear los cimientos necesarios para que, a través de la Commonwealth, siguiera manteniendo un liderazgo prominente e indiscutible en su área de influencia excolonial, donde la reina Isabel II sigue siendo la cabeza visible de dicha organización, y cuyo principal objetivo es la cooperación internacional en el ámbito político y económico, España, por el contrario, no ha sabido, podido o querido impulsar esa vinculación. Es cierto que existe una iniciativa similar a través de las Cumbres Iberoamericanas, donde se ha intentado unir los vínculos y los lazos de cooperación entre las distintas naciones que tienen un mismo nexo histórico, cultural y lingüístico, pero no es, ni mucho menos, lo mismo; y, por desgracia, encima, últimamente ha venido deteriorándose entre dichas naciones nuestro ascendiente político y referencial.

Para lograr reconstruir en el exterior nuestra maltrecha imagen, nuestra marca España, es necesario apostar y apoyar el prestigio de nuestras empresas en su quehacer en el exterior, ya que con ello lograremos mejorar nuestra propia reputación. Pero también es necesario llevar a término políticas y acciones de firmeza estratégica y de consistencia diplomáticas que nos proporcionen cierto crédito y respeto exterior. Debemos mantener nuestro influjo político, nuestra autoridad moral y nuestro peso estratégico ante el frentismo de quienes, llevados de un populismo tardocastrista, traspasan la línea de la seguridad jurídica y del derecho internacional.

España no puede convertirse en el pito del sereno mundial y quedar a merced de los caprichos intervencionistas y expropiadores de quienes, acuciados por problemas internos, juegan a la baza del populismo de salón en contra de las inversiones e intereses de España. Sobre todo si, además, el gobierno anterior les ayudó generosamente con nuestro dinero para contribuir al desarrollo de sus maltrechas economías. Es evidente que si queremos que nos respeten fuera debemos comenzar por respetarnos nosotros mismos, mostrando una cierta dignidad ejemplarizadora.

Es absurdo e inexplicable que varios parlamentarios del PSOE hayan votado en contra de las resoluciones de la UE contra Argentina por la expropiación de Repsol, o que varios políticos de la llamada izquierda plural se "alegren" de dicha expropiación o de la más reciente por parte del indigenista Evo Morales de la empresa Red Eléctrica de España; sobre todo si, después de esta expropiación por sorpresa, el presidente boliviano se marcha a inaugurar, junto al mismísimo presidente de Repsol, la ampliación de una planta de gas participada y gestionada por el grupo español Repsol, dedicada nada menos que a exportar gas a la propia Argentina, que, previamente, le birló por la cara parte de dicha empresa. ¿Hay alguien que entienda algo? ¿Y dónde queda en todo este embrollo la imagen y la reputación de España?

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