UN VERANO, hace ya un par de años, alquilé un coche en Madrid y me fui de viaje por Europa. Quería recorrer Alemania pero antes pasé por París. Nadie se metía conmigo pese a que a veces, como consecuencia de la torpeza habitual del turista despistado, entorpecía el vertiginoso tráfico de la capital francesa. Luego, ya en el país de los teutones, se me averió el coche. La empresa del alquiler me facilitó uno nuevo en menos de una hora. Perfecto. Eso sí, el vehículo que me dieron tenía matrícula alemana. Algo a lo que no le dí la menor importancia hasta que semana y media después, ya de regreso, volví a pasar por París. Vaya con el cambio: ahora sufría una bronca en cada esquina. Y eso que procuraba hasta la paranoia no molestar a los demás conductores por mi poco conocimiento del callejero. ¿Pero qué pasa?, me preguntaba una y otra vez, pues jamás me había ocurrido nada igual. Pasaba que llevaba una matrícula alemana.

Me costó asimilar -y me sigue costando hacerlo- que persista tanta animadversión hacia Alemania en amplias capas de la sociedad francesa. ¿Ha caído Sarkozy víctima de ese antigermanismo por su proximidad a Merkel? En parte, sí. Al menos ha sufrido el rechazo de la derecha dura francesa, que lo ha abandonado a su suerte en la segunda vuelta. Sin ese desdén, tal vez el derrotado presidente habría logrado los tres puntos y pico que le ha sacado Hollande, aunque estas son cuentas pasadas; cifras propicias, por lo demás, para caer en el error de un análisis demasiado simplista de lo que ha sucedido.

Una interpretación tan errónea como afirmar que Francia, en su conjunto, le ha dado la espalda a la política de austeridad capitaneada por Merkel con Sarkozy como fiel lugarteniente. No es así porque "Sarko", pese a las antipatías personales cultivadas por él mismo con ahínco en los últimos años, ha conseguido un cuarenta y ocho por ciento largo de votos. Francia conjuntamente no, pero los franceses mayoritariamente sí han rechazado los recortes duros impuestos desde Berlín. Una política que tampoco parece gustarle demasiado a los alemanes, a la vista de cómo le están yendo las cosas al partido de la canciller en las elecciones regionales. De Grecia, mejor no hablar; como la UE les impone una sensata austeridad a los helenos, estos le dan la espalda a Bruselas y optan por un nacionalismo radical de corte nazi. Hemos visto hasta las mismas antorchas de los acólitos de Hitler allá por 1933. Otra vez la realidad supera a lo inimaginable. Sería interesante saber si seguirán pensando los griegos de igual forma cuando lleven algún tiempo fuera del euro e, inclusive, fuera de la Europa comunitaria, suponiendo que lleguen a tal extremo. Lo malo es que si llegan a tal extremo será tarde para dar marcha atrás. Lo mismo cabe afirmar, dicho sea como aviso a los navegantes -más bien a los fanáticos-, de cualquier otro de los 27 socios del club europeo.

En fin; el no a los recortes, con una economía paralizada o en recesión, supone continuar mendigando créditos por ahí fuera. ¿Han pensado los franceses y los griegos quién se los va a conceder y, sobre todo, a qué interés?

rpeyt@yahoo.es