1.- Coño, que no sea un presagio de regreso al pasado. Mientras en Grecia los neonazis de Amanecer Dorado hacían levantarse a los periodistas que intervenían en una rueda de prensa, y al que se negaba lo echaban casi a patadas de la sala, aquí pasaba algo inusual. Fue en la toma de posesión de , a quien no tengo el gusto, como comisario-jefe provincial de Policía de Santa Cruz de Tenerife. Yo no estaba presente -ya no voy a nada, si no es que me obligan, y tampoco me invitan a casi nada: he pasado de moda-, pero me dijeron que aquello parecía el patio de la Academia Militar de Zaragoza en los tiempos del Invicto. Porque una voz mandaba a levantarse o a sentarse, a golpe de estruendo militar. Aparecía la delegada, la bella Carmen Hernández Bento, y la voz decía: "¡En pie!". Y la gente -la población civil, que le dicen- se preguntaba "¿pero qué es esto?". Y cuando el hombre juró, pues igual, otra vez la voz de ultratumba que decía: "¡En pie!". Y, coño, qué susto, todo en mundo en pie, como en una misa de campaña. Y eso.

2.- A mí me parece muy bien que se dé un baño de barniz de muñeca a la changada que dejaron los socialistas, más bastos -por lo general- que un almirez con sebo de rendija. Pero de eso a regresar a los tacones lejanos, va un trecho. No me gustan las cosas regladas por una voz. Me gustan las cosas que se regulan con amabilidad y sencillez. Es que España y yo somos así, señora. Cuenta Arturo Pérez-Reverte que, en la Academia, él saludaba con un taconazo a un compañero en la docta casa, el excéntrico almirante Álvarez Arenas, con gran regocijo de éste, que era un señor. Ya sé que a los militares les encantan los taconazos, pero no sabía yo que la cosa se había extendido a la poli, mucho más prosaica desde que sus miembros se visten de chorizos para detener a otros chorizos, un suponer.

3.- En fin, que quería hacerles a ustedes estas leves consideraciones, que espero que no les causen alarma. Es verdad que, acostumbrados como estábamos a las mangas de camisa y al vaquero acantinflado, bien viene un cierto aire de corrección en las formas, pero, oiga, sin pasarse. Que en este país -y se ve que en Grecia también- somos bien proclives a pasarnos de rosca. No pegan los de Amanecer Dorado en el palacio de Tatoi, ni tampoco molan esos agitados metisacas en la Subdelegación del Gobierno. Esta es una llamada a volver a lo que se definía en la bendita Transición -que entonces nadie sabía lo que era- como normalidad democrática. Yo, en la bendita Transición, era un joven idealista que tuvo la suerte de enamorarse de ella. Pero sin mariconadas.

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