Candelaria, la tierra de las grandes obras y de los majestuosos proyectos, la mayoría inacabados e inapropiados, de los kilómetros de costas plagadas de vertidos y de derrames, de los enfrentamientos con Unelco, para luego realizar un "enganche" chapucero para tener luz en instalaciones municipales; la Villa de los conciertos sin sentido que han costado mucho dinero y un sinfín de actuaciones judiciales; la Villa del transporte público adaptado al municipio, que ha dejado a unos cuantos profesionales del taxi prácticamente en la ruina. Candelaria, la tierra de las antaño fértiles laderas de Igueste, Barranco Hondo, Araya, Malpaís y Cuevecitas, ahora, abandonadas y pobladas de urbanizaciones sin sentido que destrozan el paisaje... Esta Candelaria se ha convertido en un "teresiano" vivir, pero sin vivir en mí.

Y todo esto queda reflejado en el informe redactado por la comisión de medio ambiente de la Unión Europea, con la información que obra en poder de la Comisión Europea, obtenida en el marco de los distintos informes presentados sobre la aplicación de la Directiva 91/271/CEE sobre el tratamiento de las aguas residuales urbanas, que denuncia que: "La carga contaminante generada por la aglomeración urbana de Candelaria que no se recoge puede ascender hasta un 37%. Esta situación incumple las disposiciones de la Directiva, en particular las de su artículo 3"( E-004810/2011).

Pero parece que no importa, y creamos una playa artificial en Punta Larga, que con cada marejada un poco dura acaba destrozada y pendiente de arreglo, y aún así se proyecta otra obra aún mayor que deja a un emisario justo en medio de la playa, que costará una cantidad enorme de euros; eso sí, con arena amarilla, que queda más vistosa.

La playa de Las Caletillas clama al cielo, pues entre el emisario, las estaciones de bombeo, las obras del paseo, los "granos" de arena, del tamaño de melones, y una empresa que, con cinco obreros, se dedica a construir un muro hoy, mañana lo modifica, pasado, lo demuele y el viernes volvemos a levantarlo, pero como es viernes, y acabamos al mediodía, mejor lo dejamos para el lunes, que viene el encargado, le preguntamos, por si acaso metemos la pata.

Antonio Alonso Orihuela

(Candelaria)

Llamar a las cosas por su nombre

Vivimos en una sociedad de confusión. Hemos pasado de un radicalismo a una laxitud, donde ya las palabras han perdido su significado genuino. Para esta necesidad, si no existe un vocablo en el idioma que lo exprese, se crea un neologismo (esto sería lo natural), pero no, porque esta práctica no es producto de la ignorancia, sino de querer tergiversar los conceptos para mentalizar a la sociedad con ideas que no son ni auténticas ni verdaderas.

Voy a poner varios ejemplos de este mal uso de las palabras. Comenzaré por el matrimonio homosexual, que debería tener otro nombre, porque ni etimológicamente ni por tradición ni por historia, y mucho menos por naturaleza, la unión de dos personas del mismo sexo puede ser un matrimonio. Pero los intereses políticos han impuesto en España este mal uso de la palabra matrimonio.

Otro ejemplo: cuando los etarras y proetarras usan la palabra guerra, diciendo que están en guerra con el Estado español, están usando mal e interesadamente esta palabra, ya que la guerra, aunque es el culmen de la barbarie. Se aferran a este vocablo para justificar los asesinatos, crímenes y extorsiones.

Otra palabras mal usada es información, sobre todo en ciertos programas de televisión. Los contertulios dicen que están informando, cuando en realidad lo que están haciendo es entrometiéndose en la vida particular de las personas, cuando no llegan a la calumnia.

Pero donde ya se llega al culmen de la confusión es en el uso de la palabra cultura. Para unos, fomentar la cultura es gastar el dinero público en pésimas películas. Para otros, cultura es mantener en los pueblos prácticas aberrantes y vejatorias que hieren la sensibilidad de cualquier persona que no esté contaminada por un ambiente local de irracionales costumbres.

Juan Rosales Jurado

(Los Realejos)