APRENDÍ de Ortega y Gasset, y así lo suelo comentar en mis obras, que cuando brota la oscuridad en el fondo se encierra una injusticia. Es una afirmación que usé con frecuencia en mis escritos en la etapa de Zapatero. Hasta las elevaba a la categoría que Revel llamaba de la mentira. Y este pensamiento está cercano a mis propias responsabilidades como ciudadano, en la línea de un Fraga Iribarne, que ya no está entre nosotros. Porque la claridad no aparece en las líneas básicas del gobierno pasados sus primeros cien días. Y me da pena confesarlo así.

Acaso la opacidad y contrariedad más actuales se hayan plasmado en el denominado plan de reinserción de presos, que hoy está adscrito al Ministerio del Interior, y no debió sustraerse del de Justicia. (Las competencias de sanidad traspasadas al País Vasco son la "habilidad" para etarras enfermos). ¿Cómo no van a dudar las víctimas del terrorismo que les hablan de "reinserción individualizada"? Y claro que caben indultos, pero no amnistías fraudulentas. A través de desplazamientos, acercamientos, ingreso en hospitales y universidades.

La política penitenciaria es política de Justicia. Por eso, los tanteos y goteos confluyen en hojas de ruta, sin claridad, y por tanto en injusticia. Esta política no tiene nada que ver con la propugnada por Eduardo Serra, ministro de Defensa, sobre "borrón y cuenta nueva", referida a la rectificación del Rey. Cuando Carrascal habla de la "generación puente", porque la generación de Suárez, Fraga, Carrillo, ya se haya acabado, no quiere decir que la legalidad penitenciaria tenga "brotes verdes". Nunca se habló por el PP del pactismo terrorista, que ya preveíamos nosotros en la obra "España en la encrucijada. Una meditación sobre España". Ahora quisiera alcanzar un peldaño más. Bastante tenemos con la crisis económica. Y ahora que se están propiciando recortes en educación no ampliemos presupuestos para las aulas de reinserción.