SABIDO es que en este país no cabe un tonto más. Tal axioma no requiere aclaraciones detalladas. Pero tampoco cabe un listo más, aunque esto sí hay que explicarlo un poco. Vaya por delante que los tontos somos casi todos. Unos, los menos, por resignación -llega a resultar desalentador intentar derribar todos los días una pared de granito o de basalto sin conseguirlo- y otros, la inmensa mayoría, por vocación. O por indolencia; qué más da. De momento lo que nos importa son los listos.

Imagínense un día cualquiera -un día soleado, si así lo prefieren- a media mañana. En ese momento la mayoría de los tontos estamos en nuestras ocupaciones, ya sea una oficina, la tienda de la esquina o conduciendo una guagua. Ocupaciones que no asume ningún listo que se precie. Los listos siempre han vivido de los tontos y los tontos de su trabajo. ¿Y qué hace el listo un día soleado a media mañana? Simplemente dar un paseo por el extrarradio de cualquier ciudad o por una zona rural hasta que, eureka, encuentra lo que buscaba: un terreno rústico susceptible de ser urbanizado mediante algunas gestiones no demasiado arduas. Lo primero es hablar con el agricultor. "Yo, usted perdone, de momento no pensaba vender". "Buen hombre, usted dice eso porque ahora las cosas todavía le van medianamente bien, pero piense que la agricultura cada vez da menos. Siempre mirando para el cielo a ver si caen unas gotas de agua. Eso no es vida". Al cabo de un tiempo, no necesariamente largo, el listo casi ha convencido al propietario para que enajene el terreno a precio rústico, por supuesto.

Paso número dos: buscar el capital para la compra. El dinero lo tienen los bancos. O lo tenían. Por eso el listo se encamina hacia una sucursal cuyo director es medio amigo. "Financiarte un terreno rústico por el cien por cien de su valor... Estas cosas no me las aprueban". "Terreno rústico hoy, entiéndeme, pero el Ayuntamiento tiene previsto recalificarlo. Lo he hablado con el concejal de Urbanismo. Todavía no se ha hecho público, ni se va a hacer, para no disparar los precios, que ya están por las nubes, pero los tiros van por ahí". El listo deja igualmente medio convencido al director amigote. Sin embargo, como a un vaso medio lleno todavía le falta la mitad para estar lleno del todo, se impone otra visita.

Paso número tres: una cita con el alcalde del municipio. "Es que llevábamos en el programa electoral la protección de las zonas rurales". "Ya lo sé, alcalde, y así ha de ser. Pero todo no es agricultura. También necesitamos casas en las que vivir, plazas por las que pasear, centros comerciales en los que hacer la compra; cada cosa en su sitio. Ten en cuenta que algunas parcelas las cederíamos al ayuntamiento para equipamiento urbano". En contra de lo que pueda parecer, esta parte del proceso rara vez implica un cohecho. El delito se da, desde luego, pero lo habitual es que la mayor parte del acuerdo se realice con cierta transparencia. Asunto distinto es que luego algún concejal de la oposición lleve el caso a los juzgados. Algo de lo que tenemos sobrados ejemplos por estos alrededores.

Paso número cuatro: una reunión a tres bandas entre el alcalde -a la que suele asistir un par de concejales del grupo de gobierno, entre ellos el responsable de urbanismo-, el listo y el director de la sucursal que debe gestionar la financiación. En España los grandes negocios no se cierran en una sala de reuniones, sino en un restaurante de postín.

Paso número cinco: la puesta en marcha de la promoción en sí misma. El director bancario, que en la práctica solo es una marioneta colgada de los hilos que manejan sus superiores, le sugiere al listo que se busque un socio porque concederle a la misma persona un crédito para la compra de los terrenos y otro para la construcción de las viviendas sería un asunto difícil de vender a esos señores que mueven los hilos. "Ningún problema", responde el listo muy ufano. "Tengo a gente deseando entrar en esto. Ya has visto por ti mismo que el beneficio está asegurado".

¿Les parece esto un relato de ficción? Si es así, permítanme que les cuente algo acaecido en Tenerife sin necesidad de ir más lejos: una familia estuvo gestionando durante casi diez años con un ayuntamiento del Sur de la isla la recalificación de unos terrenos. Al final, aburridos y ante la necesidad de repartir de una vez una herencia, se los vendieron como suelo rústico a determinado promotor. Seis meses después fueron recalificados como urbanizables sin ningún problema. Omito más detalles por razones obvias.

El resto de la historia de este sistema infalible para alcanzar la riqueza se puede leer en los periódicos desde hace cuatro años. Una burbuja inmobiliaria que se hinchó hasta que dio el estampido porque, lo reitero, no había un solo listo sino muchos. Entretanto, asistimos asombrados a ese crecimiento del PIB que duplicaba a la media europea, junto con la visión de ejércitos de albañiles trabajando a destajo y ganando más que un neurocirujano; hoy, casi todos están en paro. También presenciamos ese récord de 2006 en el que construimos más viviendas que Francia, Alemania e Italia en su conjunto -lo he escrito cuarenta veces, pero todavía no me lo creo-, cuya consecuencia inmediata es otra plusmarca mundial: tres millones de viviendas acabadas y vacías a la espera de un comprador. Al final, el gran problema de los bancos -Bankia ha sido el primero en reventar; posiblemente no será el último- no son las hipotecas impagadas, aunque también, sino esos desembolsos en créditos, a día de hoy incobrables, para miles y miles de solares que no valen ni la mitad, si es que llegan a eso, de lo desembolsado en su día para adquirirlos, esas otras miles y miles de promociones iniciadas pero no acabadas y esos, lo reitero, tres millones de viviendas concluidas pero sin vender.

¿A quiénes metemos en la cárcel? ¿A los listos, a los alcaldes y concejales estúpidos, a los constructores, a los particulares que suscribieron hipotecas a largo plazo imposibles de pagar, a los banqueros que les concedieron créditos de alto riesgo a unos y otros movidos por la codicia de obtener unos beneficios que jamás pensaron repartir, hasta ahí podíamos llegar, con una sociedad que ahora debe rescatarlos con sus impuestos? Sospecho que para encerrar a todos los culpables no habría espacio suficiente ni habilitando como presidios gran parte de esos millones de pisos vacíos.

rpeyt@yahoo.es