¿PUEDE Grecia continuar en la Unión Económica y Monetaria? Decenas de artículos, noticias y reportajes publicados durante las últimas semanas ofrecen sobradas respuestas a esta pregunta. Pocos son, en cambio, los que se han cuestionado si los griegos quieren seguir con el euro como moneda. ¿Quieren realmente los griegos vivir como los alemanes?, insisto en indagar. ¿Aspiramos igualmente a ello los españoles? Vivir con el nivel de vida de los teutones, franceses, ingleses, nórdicos, etcétera desde luego que sí; eso ni se discute. Lo que me pregunto es si los europeos del sur, incluidos los ultraperiféricos, estamos dispuestos a aceptar un sistema laboral y empresarial como el de Alemania. Incluso me cuestiono si sería factible una España -o una Grecia, por seguir con el ejemplo inicial- cortada por el mismo patrón que Alemania. España, Italia, Portugal y Grecia como naciones conformadas al estilo estrictamente centroeuropeo -o nórdico- aunque con sol y buena vida. ¿Estamos dispuestos a renunciar al carácter latino o helénico -la idiosincrasia mediterránea, en definitiva- a cambio de conseguir el desarrollo económico de los países europeos?

Cuando los navegantes del Viejo Continente llegaron a las islas del Pacífico encontraron unos auténticos paraísos terrenales en comparación con las enfermizas y enfermas sociedades que dejaban en sus naciones de origen. Paraísos que no se caracterizaban por la opulencia de sus habitantes. Al contrario: los nativos vivían en chozas y llevaban encima los ropajes mínimos requeridos por un pudor tampoco excesivo. Lo que convertía a aquellas islas en lugares idílicos -hoy lo siguen siendo las que todavía no han sido arrasadas por el turismo de masas- era la ausencia de excesivas obligaciones: el pescado estaba al borde de la playa, y los cocos, y los pocos vegetales que les permitían sobrevivir sin el obligado y duro trabajo de la fría y adusta Europa.

¿Podemos vivir sin trasmutarnos en alemanes adictos al curro? Naturalmente. De hecho, vivíamos así en Tenerife hasta hace apenas cincuenta años. Eso sí, entonces había gente por esos pueblos de la isla que no iba a Santa Cruz más de media docena de veces en toda su vida. Y si acaso. No digamos nada de viajar a otra isla o a la Península. Como mucho si les tocaba fuera la entonces mili obligatoria y pare usted de contar. ¿Coches? El que conducía el rico del pueblo y su niñito de papá. ¿Televisión para ver un único canal en blanco y negro? No me haga usted reír. ¿Viviendas dignas? Sí, claro; barracas de aparceros o un cuarto al lado de la vaquería para los encargados de la platanera. Y derecho de pernada. De cierto cacique sureño se decía que tenía un centenar de hijos naturales. Nunca le di crédito a tal cifra, pero un par de decenas tal vez sí. Vástagos que iban descalzos no a la escuela, porque la escuela no era para ellos, sino a trabajar en el campo con sus mayores. Eso en Canarias; en regiones como Andalucía y Extremadura, entonces piojosas, la situación era todavía peor. La España negra de curas, monjas, truhanes, señoritos, pícaros, nobleza innoble y vividores de la peor ralea de la que todos hemos tenido sobradas noticias. ¿Nos conviene esforzarnos un poco más para seguir en Europa o nos dejamos arrastrar de vuelta al pasado?

rpeyt@yahoo.es