EL MIÉRCOLES pasado, día 30 de mayo, fue el Día de Canarias, y este año se celebra el trigésimo aniversario de nuestra Autonomía. Hace cuatro años que no asisto a ningún acto oficial de esta naturaleza, salvo los que se celebran en el Parlamento de Canarias y algún otro con carácter excepcional organizado por algún ayuntamiento o cabildo de las Islas. Es una ausencia activa y militante que tuvo su origen cuando en 2008 fui invitado por el presidente del Gobierno regional a una cena en Bruselas. Esta debería haberse celebrado en un hotel cercano a la Place Jourdan de la capital comunitaria y mi asistencia me pareció obligada. La plaza de referencia es conocida porque en la zona se encuentran numerosos restaurantes portugueses, en los que se come un excelente bacalao, y porque en algunas calles aledañas hay algunos prostíbulos. El hotel era algo cutre y al llegar saludé a los asistentes conocidos, entre ellos algunos altos funcionarios europeos competentes en temas canarios. Estaba la comisaria de Asuntos Exteriores, Benita Ferrero-Waldner, que asistía acompañando a su esposo, el director del Instituto Cervantes en Bruselas, Paco Ferrero, de tiempo muy relacionado con Tenerife, donde hace años profesó como docente. Pasaba el tiempo y no veía al anfitrión, así que pregunté al primer funcionario canario que encontré y me dijo que el presidente se había ido al aeropuerto para regresar a Madrid, donde, según me dijo, tenía un compromiso ineludible. Hablé con el matrimonio Ferrero Waldner para dar una explicación, pedir disculpas y, enseguida, me fui sigilosamente.

El domingo pasado tuvimos un día espléndido, y con mi esposa y dos de mis hijas decidimos subir a Las Cañadas y pasar el Día de Canarias junto al padre Teide. Tuvimos un día luminoso, de un azul intenso y limpio, sin una nube y con una temperatura agradable. Sin brisa, sin demasiado calor y sin el frío que en aquella altura se hace sentir a la sombra o tras la puesta del sol, disfruté con la familia dando un paseo por el Valle de Ucanca y por la ruta de Las 7 Cañadas. El color de las retamas y los tajinastes ofrece un espectáculo que solo quienes subimos al Teide en esta época del año podemos disfrutar. Un regalo de la naturaleza, una explosión de belleza en su estado más puro. El aire limpio, transparente, la luz intensa que da brillo al azul del cielo, el amarillo de las retamas, el rojo del tajinaste que se torna violeta cuando la hoja de su flor se seca y el olor del codeso. ¡Qué maravilla! Qué regalo para celebrar lo único que en este año, aciago por tantos motivos, merece ser celebrado con alegría. La alegría de sentirme afortunado por haber nacido y poder vivir, todavía, en esta tierra.

Regresamos a nuestra casa lagunera y después de cenar quise ver por la televisión el acto con que la Canarias oficial quiso celebrar este Día de Canarias. Digo y repito una y otra vez que debo un respeto institucional al presidente Rivero y con frecuencia debo hacer un esfuerzo de contención para no romper con la norma. Pero tampoco puedo aceptar que la autocensura reduzca mi libertad de expresión más allá de unos límites. Francamente, la entrega de los premios y medallas con que Canarias distingue a sus hijos e instituciones más ilustres no puede convertirse en un acto electoralista. Y el presidente no debería convertir un discurso institucional en un mitin político. Si lo hace, rompe con el carácter institucional que debe guiar su intervención en estos actos, y a mí me libera en cierta medida de la obligada reciprocidad institucional. Cuando el presidente hace entrega de un número, que a mí me parece excesivo, de medallas de oro y de premios, debería evitar tanto beso y tanto abrazo a las señoras y señores galardonados. Cuando estos, los galardonados, acuden en manga de camisa, sin corbata y con la camisa sin abotonar o luciendo una bandera venezolana en el pecho, no es que nos alejemos de España, como, con reiteración ya, repite el Sr. Rivero, sino que nos aproxima a una república bananera. De seguir así y para no desentonar, un año de estos veremos al Sr. Rivero acudir a los actos oficiales del Día de Canarias vestido con una guayabera, como hiciera García Márquez cuando acudió a recibir el Premio Nobel de Literatura.

Que quien dirigió la tesis doctoral del vice-Pérez del gobierno reciba una medalla de oro, con el propio vice en la mesa presidencial, es un poco indecoroso. Y que conste que la premiada y sus allegados, desde hace mucho tiempo, no años, sino décadas, tienen todo mi afecto y consideración; pero me parece que esa distinción, en este minuto de la historia, tiene alguna connotación que roza con la estética y hasta con la ética. Claro que al vice-Pérez, con lo que voy conociendo de él, estas cosas le parecerán irrelevantes.

Y una última consideración para no hacerme demasiado extenso. El discurso del Sr. Rivero pudo ser, incluso, un excelente discurso, en otro contexto y lugar. En su debate de investidura o en un acto electoral de su partido, por ejemplo. Pero enfatizar, como hizo, sobre el contenido de su reciente entrevista con el presidente del Gobierno de España y advertir, un año más, de que si no se aceptan sus peticiones Canarias se alejará de España cada vez un poco más es algo intolerable. Porque él, el Sr. Rivero, al tomar posesión de su cargo prometió cumplir y hacer cumplir la Constitución y nuestro Estatuto de Autonomía, y él es, por tanto, el primero y máximo responsable para evitar algo que va frontalmente en contra de lo que prometió cumplir y hacer cumplir. Eso, dicho en un acto institucional y cuando los muchos que no compartiendo esa opinión carecen de capacidad de réplica, es algo también más propio del otro que de este lado del Atlántico.

En suma, pues, amables lectores, entenderán por qué el año próximo, Dios mediante, en el Día de Canarias trataré de volver a los altos del Teide, acompañado de mi familia, a disfrutar de un día entre retamas, tajinastes y codesos.