ESTA crisis económica está sirviendo, entre otras cosas, para que la mayoría de los ciudadanos se den cuentan de hasta qué punto una buena parte de la casta política ha venido, irresponsablemente, dilapidando y despilfarrando, cuando no saqueando directamente, las arcas públicas. De hecho, cualquier escándalo relacionado con dicha situación no se ha correspondido debidamente con una reparación política y/o social, y mucho menos con una respuesta contundente por parte de la Justicia, que, en la mayoría de estos casos, sigue estando ciega, coja y muda.

Ahora, una buena parte de esa misma sociedad se defiende como puede de tanto acoso y presión por parte de la Administración y de quienes la representan, porque están llegando a unos límites inadmisibles de intervención fiscalizadora y recaudatoria de todo aquello que representan no solo derechos adquiridos, sino por adquirir; no solo salarios, pensiones y rentas consolidadas y ya percibidas, sino una merma de la propia confianza por un futuro que se torna cada vez más incierto y desesperanzador.

Y, si en realidad todos vamos en un mismo barco, no solo es cuestión de ponernos en manos de alguien que marque un determinado rumbo que nos sirva para huir de la tormenta, sino que, puestos a remar, lo debemos hacer todos y, a ser posible, con igual esfuerzo y energía, y en la misma dirección. De ahí la importancia de que el que pide y exige sacrificios a los demás sea el primero en asumir, con hechos, parte del esfuerzo colectivo; al menos, así podrá asumir el hecho de que no es más grande quien más espacio ocupa, sino el que más vacío deja cuando se va.

Por ello, un gobernante nunca debe asumir una crítica insultando y menospreciando a quien se la hace; al menos así ha ocurrido a raíz de determinados comentarios que los distintos medios de comunicación han llevado a cabo a raíz de una serie de gastos -se habla de más de 55.000 euros- que el presidente canario ha llevado a cabo en dos recientes viajes "oficiales", que, acompañado de un séquito que ni un maharajá de la India, ha resultado ser, a todas luces, un tremendo e inexplicable despilfarro que, en cierta medida, ha producido "alarma social" por el hecho de que los que vamos en el mismo barco nos hemos dado cuenta, de pronto, de que no todos remamos ni en el mismo sentido ni con la misma intensidad, ni, puestos ya a poner símil, con las mismas herramientas.

Es muy triste que, a esta altura de la película, haya que explicarle al protagonista, en este caso al señor Paulino, la diferencia que existe entre lo legal y lo legítimo; entre la casuística y la ética moral; porque, como es evidente, no podemos confundir ambos conceptos, porque mientras que lo legal se corresponde obviamente con las leyes, normas o reglamentos, lo legítimo, por el contrario, es aquello que la sociedad acepta públicamente como realizable, sin que necesariamente lo contemplen las leyes. Es evidente que por el mero hecho de seguir y cumplir simplemente con la ley no se es más honesto.

En definitiva, exigir a los ciudadanos que contribuyan con sus pocos recursos, añadiendo, además, comprensión, respeto y sacrificio por los recortes sufridos, y, al mismo tiempo, que quien esto exija siga manteniendo el costosísimo capricho de amparar una Policía autonómica sin funciones, unas embajadas sin sentido, unas televisiones públicas donde se ampara el amiguismo, unas direcciones generales creadas muchas de ellas para acoger a los camaradas sin destino, duplicidades de sedes y organismos para calmar el ego de los nacionalistas reconvertidos, no deja de ser una triste y lamentable paradoja que nos lleva a explicarle al presidente que la ética nos permite a los ciudadanos optar por la libertad y la responsabilidad.

Pero, claro está, esto son valores que, a su vez, posibilitan el hecho de que, aun pudiendo hacer lo que se nos antoje, muchos prefieran guiar sus actos por la rectitud formal y la honestidad real de obrar en conciencia. Es desde este punto de vida ético que los dispendios de los que disfrutan tanto su señoría como su camarilla de directores generales -¿alguien, por cierto, se explica por qué tenemos un director general de la Casa África, un director general de Relaciones con África y un director general de Relaciones Exteriores?- no resultan adecuados ni mucho menos justificables; a menos, claro está, que sus señorías discurran, como señala Fernando Savater en su "Ética para Amador", "que si bien algunos piensan que lo más noble es vivir para los demás, otros señalan que lo más útil es lograr que los demás vivan para uno". Y, claro está, así les va a los canarios.

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