Yo como tú, miré el mundo desde las nubes y corrí entre las estrellas, loca de contento y tratando de hacer feliz a mis padres y abuelos. Amaba tanto a estas personas que siempre buscaba la forma de superar con creces sus expectativas, de llegar a ser lo que ellos no lograron alcanzar y me equivoqué. También yo, como tú, creí que el mundo era un hermoso globo flotando en el espacio, lleno de cosas buenas y maravillosas, sin imaginarme nunca que en él habitaran seres con pensamientos egoístas, insolentes y desagradecidos, y aprendí, -tonta de mí y muy tarde- que esos son los más que abundan cuando dejas la arcadia feliz de la infancia.

Por eso, querida hija, todo el mérito de las calificaciones escolares es tuyo; tienes mi palabra de honor. Quizá el botín de tan larga campaña -y lo que te queda todavía de estudios- no sea lo brillante que uno espera cuando la inicia, justo en esa edad en la que todo se contempla con ojos fascinados y aventureros. Pero es un logro y es tuyo; es lo que hay, a veces mucho más de lo que la mayor parte de quienes te rodean obtendrán en su miserable y satisfecha vida. Tú has conocido a Zeus y a Neptuno, has cabalgado con Atila, construido una figura imposible, mitad geometría, mitad dibujo; has errado en los cálculos matemáticos y por más que lo intentas, sigues hecha un lío entre el francés, el inglés y el español. Pero recuerda que nunca debes perder la mirada de los cien metros, esa que siempre te hará diferente hasta el final. Fuiste, vas, e irás, esos cien metros más lejos que los otros, al menos en sentimientos, en bonhomía y, durante la carrera, hasta que suene el disparo que le ponga fin, habrás sido tú y habrás sido libre, en vez de quedarte de rodillas, cómoda y estúpida, aguardando a que te digan cómo debes pensar antes de recoger el título con las manos.

Ahora sabes que todo merece la pena. La larga travesía por ese mundo de méritos numéricos y ausencia de reconocimiento, donde te ves obligada a arrastrar contigo al niño de papá, a la inútil que enseña carnes como si fuera al matadero, al que alardea de los contactos de su progenitor y que está en esto por puro trámite, a tantos que desprecian la constancia y a los que creen que para cualquier trabajo de grupo se las bastan en solitario. Con todos ellos has crecido y por eso sabes que las oportunidades no están en los otros, sino en ti. Que no hay nada malo en ser una chica diferente que se lleva los libros a las horas libres; que busca la mirada de los profesores inteligentes, no para hacerles la pelota, sino por sentirse cómplice y no estar tan sola, enfrentándose a la hostilidad que te regalan aquellos compañeros cretinos que se molestan porque seas la única de la clase que ha leído los poemas de Borges, o por apuntar que Cervantes escribió mucho más que El Quijote. Ahora que miras hacia atrás el curso, con la madurez que aporta el paso del tiempo, comprendes que cada vez que alguien ninguneó tu forma de ser o te miró por encima del hombro, no hizo sino precipitar tu aprendizaje y tu lucidez.

Mírate ahora. Qué lejos estás de tanto borrego y tanto buey. Entras en la edad adulta sin que nadie pueda imponerte una sonrisa falsa cuando el mundo y su estupidez, su envidia y su mezquindad, te hagan fruncir el ceño. Ahora tienes la certeza de que no te equivocaste, y que la niña callada puede ser vengada por la mujer. Sabes ya que puedes ser feliz a tu manera y no a la de otros, -con libros, películas o más estudios-, con esos amigos que nunca sabes el tiempo que van a durar. Siempre con la mirada serena y reconociendo que la virtud, en el más hondo sentido de la palabra, está en ese aguante de tantos años, sin dejar que te conviertan en otra, pasando al lado de los malos profesores que tienen identidad de accidente, pues con y sin ellos eres tú quien aprende; y que es la vida, -hecha de insultos, malvados, tragedias y reglas implacables-, la que enseña.

Por esto los de tu edad se dividen en tres grandes grupos: una minoría de analfabetos desorientados, pasto fácil de la demagogia barata e instrumentos de políticos sin escrúpulos. El otro, una masa inerte de jóvenes con garganta y sin nada que gritar, cuya única aspiración es salir en Gran Hermano o ponerse hasta arriba el fin de semana. Y luego está el tuyo, el de los que siguen buscando el secreto genial de los versos de Benedetti, o el caminar por la senda sin carteles luminosos de la Historia, haciendo de cada esfuerzo o desengaño, de cada nueva ilusión o descubrimiento, la razón de sus días, en resumen, gente de dormir inquieto, peligrosa y viva, de las que le quitan el sueño a los apoltronados y a los imbéciles. ¡Enhorabuena por las calificaciones!