HACE un par de semanas dejé expresado aquí el temor que me produce escribir sobre temas políticos y económicos. La razón es bien sencilla: cada vez que me meto en camisas de once varas, aunque sea con la mejor de las intenciones, noto que, a pesar del marcapasos que me fue implantado en su día, las pulsaciones de mi octogenario corazón se aceleran. Así que eso de citar a Rajoy, Zapatero, Merkel, Sarkosí, Rato, Rubalcaba y etcétera (sobre todo etcétera) quisiera evitarlo una y otra vez, aunque me entren ganas de decir que el mundo se va al garete, se va de varetas o, como dirían académicos de la lengua como Arturo Pérez Reverte, se va al carajo, palabrota que nunca uso porque soy un viejo muy educado. Como los de antes. Pero ocurre, señores, que siempre me sale la criada respondona, diga yo lo que diga.

-Tu actitud es demasiado cómoda. Si todos hiciéramos lo mismo, desentendiéndonos de lo que ocurre a nuestro alrededor, esto no se arreglaría, no se curaría, no se solucionaría nunca. Hay que mojarse; amigo: y dejar constancia de tu opinión sobre esto, sobre lo otro y sobre lo de más allá. A lo mejor se te ocurre algo bueno y...

Es cierto que, como dicen mis amigos, alguna que otra vez se me ocurre algo; pero me abstengo de traerlo aquí porque a nadie le gusta morir crucificado, y menos a manos de quienes dicen ser amigos míos. Pero siguen pidiéndome que me moje.

Pues bien, señores: me limitaré a escribir lo que hace muchos, muchísimos años me atreví a exponer en el diario "La Tarde", sin que les pueda acompañar la fecha de la edición porque extravié, sin quererlo, la hoja suelta que guardaba del desaparecido diario. Ni siquiera recuerdo si seguía siendo entonces Víctor Zurita director o lo era ya mi ausente amigo Alfonso García Ramos.

Ponía yo entonces de manifiesto, como voy a poner de manifiesto ahora que "nos" hemos equivocado, de punta a punta, de medio a medio, por activa y por pasiva, los capitalinos y los magos del "interior", entre los que no me cuento porque vivo a la orilla del mar, creando eso que ha dado en llamarse Autonomías, tan parecidas, dígase lo que se quiera, a los recordados Reinos de taifas, que tanto "ayudaron" a unir las tierras de España. Los Reinos de taifas, con minúscula, y las autonomías, también con minúscula son primos hermanos, a pesar del tiempo que ha transcurrido entre Boabdil el Chico y Mariano Rajoy. Aunque sé que no fue Rajoy quien creó el actual esperpento de dirección de un país. De seguir así podríamos conseguir, en primer lugar, que la letra de nuestro himno se emitiera a silbido limpio, como ocurre en amplias zonas de Cataluña, Provincias Vascongadas (yo nunca digo País Vasco porque no lo considero país) y en otros lugares de la misma parentela.

Si, señores, estoy contra las Autonomías, incluida, como es lógico, la Canaria. Porque la miseria que se acerca podría no ser tan grande -ya lo es bastante- si no hubiera tantos presidentes, vicepresidentes, secretarios, vicesecretarios, consejeros, viceconsejeros, directores generales, vicedirectores generales, asesores, viceasesores, parlamentarios, viceparlamentarios... Y no hubiera tantos canales de televisión, ni tantos guanchanchas -o como se llamen- ni tantos trenes donde no son necesarios, ni tantos embajadores regionales en distintos países, ni tantos contactos con E.T.A., ni tantos aplausos en los partidos nuevos vascos...

Imagino que este artículo no va a gustar a algunos cronistas de este mismo periódico. Tampoco a mi me gustan los suyos. Pero respeto sus opiniones del mismo modo que tengo la esperanza de que respeten las mías. O sea que, como dijo el gran poeta Pedro García Cabrera, "la esperanza me mantiene". Por supuesto que también tengo otra esperanza: que haya muchos -cronistas o no- que coincidan conmigo y se decidan, como he hecho yo, a publicarlas.

Y no confundan ustedes los ayuntamientos con las autonomías. Los ayuntamientos existían ya en el año de la pera. Y vivíamos todos. Ahora, con las autonomías creadas hace dos días, unos pocos viven bien. Los demás viven en el caos.