PEDRO Muñoz, ínclito alcalde de Toreno, ha tenido una segunda ola de popularidad en Canarias al conocerse el resto de sus declaraciones. Inicialmente solo había trascendido el calificativo dedicado al ministro de Industria y un poco más. Nada de partos en La Gomera que se complican y deben ser atendidos en Tenerife, si bien esa es la excepción, con un gasto superior al presupuesto de prematuros para toda la comarca del Bierzo. De nuevo los agravios comparativos. Podría decir que en cualquier localidad del Bierzo una señora que se ponga de parto puede ser trasladada en una simple ambulancia -y en no demasiado tiempo- al hospital provincial; situación que se complica un pelín si hay que ir de una isla a otra.

Confieso que al leer lo dicho por el regidor Muñoz pensé en dedicarle algunos calificativos, pero, ¿para qué? La única forma de ganar una discusión es evitarla. Al final de una disputa, nueve de cada diez veces cada contrincante está más cerrado en su postura inicial. Además, tiene un punto de razón este alcalde leonés al afirmar que en su tierra les dieron trabajo a los canarios cuando lo necesitaron. Fue en los años posteriores a la guerra civil. La minería se expandió en la región al amparo del proteccionismo estatal e hizo falta mano de obra externa. La apertura a los mercados internacionales a partir de los sesenta trajo el declive. La mayoría de los canarios regresaron a las Islas, si bien algunos se quedaron por allí. Unos hechos que no podemos pasar por alto, como tampoco conviene olvidar que en este Archipiélago nadie es nadie, ni siquiera el ministro Soria, para afearle a nadie que reciba subvenciones. Mejor dejar la fiesta en paz porque tenemos mucho que perder.

Se equivoca bastante Pedro Muñoz, empero, cuando suspira porque ojalá nos lleve el moro. El moro hace tiempo que se está llevando al país entero, aunque sea sibilinamente. Un periódico nada sospechoso de racismo o xenofobia como El País daba a conocer hace unos meses un extenso informe del CNI sobre lo que está haciendo Rabat con los hijos de los marroquíes que han emigrado a España. La estrategia consiste en controlar los núcleos magrebíes a través de la Embajada y consulados utilizando la excusa de la religión. En clases de religión impartidas en árabe por profesores enviados desde Marruecos -es decir, de forma difícilmente controlable por las autoridades educativas españolas-, se procura que los jóvenes no adopten costumbres españolas a la vez que se cercenan los movimientos opositores a un régimen, el de Mohamed VI, cuyo parecido con la democracia es el mismo que el de la cerveza aguada con el vodka concentrado. Y esto no es todo.

En algunos colegios catalanes se ha conseguido erradicar del menú la carne de cerdo. Como algunos niños han seguido llevando desde sus casas bocadillos hechos con embutidos, se han creado bandas de matones adolescentes que actúan como la policía religiosa en los países árabes: les dan unas soberanas palizas para que pierdan el gusto por la butifarra. Al final, agobiados por la crisis, no nos damos cuenta de que nos la están metiendo doblada por detrás, dicho sea con todas mis disculpas para las señoras -y señores- decentes que de vez en cuando me leen.

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