¡POR FIN llegaron las ansiadas vacaciones! Después de un año de duro trabajo vamos a disponer de un mes de holganza, de "dolce far niente", de paseos junto a la orilla del mar, de veladas con los amigos en bares y cafeterías playeras. En ese ambiente uno se podrá olvidar de los mil problemas que le han acompañado durante doce meses, en un intento de recargar las pilas del espíritu para poder enfrentarnos a lo que el futuro nos traiga. Que, seguro, no será peor que lo que nos trajo el pasado año. La falta de créditos bancarios ha mermado nuestros pequeños ahorros, pues se han tenido que pagar una serie de facturas inesperadas: el arreglo de la lavadora, las excursiones no programadas de los niños en el colegio, el cambio de los neumáticos de uno de los coches -este año le toca al otro-, dos regalos de boda, el viaje a la Península para asistir a una de ellas... En fin, para qué seguir; sería el cuento de nunca acabar.

Pero lo cierto es que el verano ha llegado, o, lo que es lo mismo, el tiempo que la naturaleza ha previsto para disfrutar de ella. Noches de cielos estrellados que acentúan la luna nueva; perfumes embriagadores que las suaves brisas de los alisios nos traen desde los jardines que nos rodean; barbacoas donde reina la alegría y el buen humor de los amigos; festejos populares donde las comidas y bailes típicos nos alegrarán el ánimo, etc.

Ese ambiente casi paradisíaco que comento sería ideal en circunstancias normales, pero me temo que este año las cosas no se van a desarrollar como hasta ahora. Se palpa, se respira en el ambiente: la gente está asustada. Nadie sabe, ni siquiera quienes nos gobiernan a pesar de la voluntad que están poniendo para tranquilizarnos, cómo y cuándo va a acabar este periodo de incertidumbre. Se impone ahorrar, gastar menos, hacer las comidas en casa e ir solo ocasionalmente a cafeterías y restaurantes, dejar para otros momentos las excursiones previstas en el submarino y en el barco de las ballenas. Y como decía el inválido mientras su silla se deslizaba sin control por la pendiente: "Señor, que me quede como estoy". Mas ni siquiera de esto podemos estar seguros. Cada día nos trae una nueva noticia, y por desgracia no suele ser mejor que la anterior. Vemos -como antes decía, asustados- cómo la sociedad que hemos construido se derrumba a nuestro alrededor, y lo único que se nos ocurre es gritar, vociferar, siguiendo las consignas que, sutilmente, susurran a nuestros oídos los causantes de este desaguisado para desprestigiar al gobierno que ahora nos rige; elegido, no lo olvidemos, por mayoría absoluta.

Situaciones como estas, capaces de provocar una revuelta popular, solían resolverse en otras épocas con un levantamiento militar encabezado por un iluminado. Utilizando el apoyo del ejército, aniquilando de golpe y porrazo a los opositores, se barría con casi todo lo dispuesto en las leyes y se dictaban otras nuevas; como cuando en las monarquías la endogamia cuestionaba la descendencia, la sangre nueva y limpia de un plebeyo casi aseguraba herederos sin taras. Pero siendo esto así, no es este tiempo de revoluciones ni levantamientos populares, sino de tomar decisiones amparadas por la ley, por muy duras que sean. A muchos no les gustarán, pero debemos tener confianza en quienes ahora nos dirigen y dejar de considerarlos como indocumentados. Están haciendo todo lo posible para sacarnos de la situación que han heredado, y si han faltado a su palabra es porque se han encontrado con una situación tan caótica que ni los más viejos del lugar pudieron concebir.

En estos momentos, el Gobierno necesita la ayuda de todos; solo le será imposible poner en movimiento el barco de la economía para alejarlo de la tormenta. Es preciso que el pueblo, todos nosotros, le ayudemos, y podemos hacerlo si en lugar de disminuir el consumo al menos lo mantenemos. Insisto, no aumentarlo, sino mantenerlo. Porque el trabajo lo produce el consumo, si bien los precios también deberían estar en consonancia con la situación que vivimos. ¡Ya está bien eso de vender botellas de agua a tres euros! O solomillos a la pimienta a veinte euros.

Lo mismo digo respecto a los descuentos que llevan a cabo los grandes almacenes. ¿Qué quiere decir eso de descuentos del 60%? No nos entra en la cabeza que el comerciante de turno pierda dinero en el producto que rebaja, por lo que uno colige, como consecuencia, que los precios estaban muy inflados aprovechando la bonanza. Seamos, pues, conscientes de la gravedad de la situación que vivimos e incentivemos el consumo, haciendo al cliente atractiva la compra con unos precios justos y acordes a nuestras posibilidades. En el medio de transporte que utilizamos para avanzar todos estamos cogidos de la mano. Si uno de nosotros afloja, caeremos en el abismo y arrastraremos a los demás. Ayuda y te ayudarás.