TRASCRIBO literalmente el comienzo de una noticia publicada ayer en este periódico: "El profesor de Psicología Económica de la Universidad de Valencia Ismael Quintanilla elogió el sentido común de los españoles y su reacción ante la crisis económica en la que no se hace más que pedirles esfuerzos, y expresó su preocupación por que se diga que austeridad es vivir por debajo de lo necesario". ¿Y qué es lo estrictamente necesario?, me pregunto. Supongo que alimentarse con una dieta adecuada, vivir bajo un techo digno, relacionarse normalmente con los demás, etcétera. Pero sigamos.

Añade este profesor que realmente "a los españoles no se les pide que hagan esfuerzos sino que vivan de otra manera". ¿De qué forma? Vamos a ello. "Se puede pedir a la gente que sea austera, de manera que en lugar de quince días de vacaciones tome diez... pero no se puede decir que austeridad es vivir por debajo de lo necesario, pues eso se llama pobreza". Ah, las vacaciones; menos mal que empezamos a aclararnos. ¿Es necesario el descanso estival? Por supuesto que sí. Necesario e imprescindible. Pero como además de imprescindible hay que pagarlo, desde que era pequeño veía en mi casa como mi madre ahorraba durante todo el año para que en verano pudiésemos pasar unos días al sur de la isla. Había que privarse de algunos lujos porque éramos siete y solo contábamos con el sueldo de mi padre, que tampoco era muy abultado, pero lo conseguíamos. Y también conseguían mis padres pagar los colegios a los que íbamos, así como que saliésemos a la calle decentemente vestidos; sin ostentaciones, por supuesto -¿con qué?-, pero también sin llevar una indumentaria que nos avergonzase.

Hacíamos lo mismo que se hacía en la inmensa mayoría de los hogares: primero lo esencial, luego lo importante y casi nunca lo superfluo. Mis padres jamás necesitaron que un psicólogo les enseñase cómo debían administrar el dinero, esencialmente porque no tenían mucho que administrar. Ay, pero los tiempos han cambiado. Y de qué forma. Basta ver la cantidad de anuncios tales como "disfrute de las vacaciones de sus sueños ahora y empiece a pagar en octubre". Uno de esos anuncios ofertaba el otro día de doce a dieciocho cómodos meses para pagar. Es decir, cabe la posibilidad de que cuando llegue el próximo verano todavía quede pendiente de abono la mitad del jolgorio del año anterior. Me cuesta creer que alguien se pueda sentir feliz en esa situación.

Difícilmente se puede cambiar de la noche a la mañana, y a golpe de recortes por decreto, esta nueva forma de ver la vida. Por eso cabe esperar que en los próximos días, semanas y meses arda la calle. Máxime cuando la clase política conserva casi intocados sus privilegios (reducir el número de concejales es una tomadura de pelo; lo que hay que reducir es el número de ayuntamientos) y las autonomías siguen manteniendo, en conjunto, 114 "embajadas". Eso por no hablar, entre otros despilfarros, de institutos de igualdad y políticas de formación sexual cuyo resultado directo es que en las fiestas de mi pueblo una chica de 15 años le haga una felación (le pegue una mamada, para no andarnos con finuras) a otro menor en un lugar céntrico y en medio de una multitud. Nada extraño, por lo demás, en un país que lleva mucho tiempo mamado de arriba a abajo.

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