1.- Sólo falta que se echen los jueces y los fiscales a la calle, ahora que Gallardón, que es fiscal de carrera, les va a quitar a los miembros del Consejo General del Poder Judicial los 112.000 euros al año que ganan, sin dar apenas golpe. Gallardón quiere limitar el poder de los jueces y fiscales, el que les da la Constitución, que por cierto es mucho. Tengo un amigo magistrado que siempre me dice: "Ten mucho cuidado con los jueces de Instrucción, porque tienen, nada más y nada menos, que el poder de meterte en la cárcel; y una noche allí, una sola, no se olvida jamás". Bueno, pues la calle se llena de gente y hasta los engullidores oficiales de jamón serrano, embotados como están de la grasita del Jabugo, Toxo y Méndez, quieren montarle a Rajoy una huelga general. Vale, pues todos a la calle, pero me da que Rajoy lo que está haciendo es lo que le han mandado a hacer; no creo que sea por gusto. La calle aquella de los días felices del Cojo Manteca, que rompía farolas con la muleta, y de los desalmados de la UGT, que te ponían silicona en la cerradura -o sea, una coacción- es lo que todavía les va a ciertos sindicalistas. No han cambiado; estaban muy calentitos con Franco, que les daba todo. Incluso los dejaba despotricar contra él, aunque con cierta moderación, bien es verdad, porque si se pasaban les enviaba a los grises.

2.- Una vez estaba yo en Sevilla, viendo cómo se manifestaban los demás, se me acercó un gris y me dijo, echándome su horrible aliento en mi juvenil hocico: "Si le veo otra vez por aquí lo meto en el furgón y se pasa una semana detenido". Coño, pero si el tío no me había visto nunca porque era la primera vez que pasaba por allí. Me mandé a mudar porque aquello no iba conmigo. Los grises eran muy suyos y sabían donde daban; manejaban las porras con relación a las partes sensibles del cráneo con singular destreza; las madres que los parieron a aquellos cabrones.

3.- La calle es golosa. Fraga negaba siempre la autoría de aquella frase: "¡La calle es mía!", pero todo el mundo se la atribuía, siendo ministro de la Gobernación, o del Interior. Aquí se vivió algo -no mucho- la calle cuando la Transición. Muerte de Javier Fernández Quesada, en la Universidad; muerte de Bartolomé, en Santa Cruz; andanzas del comisario Matute, de tan triste recuerdo. Incluso tengo un amigo que fue agredido por aquel policía sanguinario, Billy el Niño lo llamaban, en una discoteca de Santa Cruz. Días que no se deben repetir. La calle, unas veces tan alegre y otras tan puñetera. Ahora es de la vieja Bardem y de esa gente.

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