TAL VEZ toque hablar de la catástrofe natural de los incendios forestales, siempre que no sean inducidos por manos homicidas, porque es un mal casi inevitable en territorios limitados y con una superpoblación acrecentada aún más por la estancia temporal de los millones de turistas que nos visitan. También podría escribir sobre pelotas de gofio gigantes, que cunden más al paladar cuando están bien elaboradas, pero resulta imposible ante el aluvión cotidiano de hachazos (ya no se pueden calificar como tijeretazos) que nos proporciona el actual gobierno del PP.

En su renovado listado de ajustes, ha arremetido de nuevo contra los trabajadores, parados, jóvenes, dependientes y pensionistas (los incluyo porque también se prevé para estos un nuevo golpe). Y he nombrado de forma genérica a los trabajadores, porque a su vez lo son del sector público o privado. En el primer caso hay que distinguir entre los denominados funcionarios de carrera y los que, por arte de birlibirloque y para colmar las demandas del amiguismo, tienen a bien concederles a dedo un puesto en la Administración local, insular o regional sin haber pasado por las penurias de las largas y tediosas noches de vigilia, y todo un tiempo de sacrificio y enclaustramiento para dominar el amplio rosario de temas exigidos en las supuestamente inflexibles pruebas de aptitud para obtener una plaza. Estos especímenes, que haberlos haylos y muchos, sí podríamos encuadrarlos en la lista de reducciones de plantillas laborales, dando indiscutible prioridad a los que han ganado limpiamente dichas oposiciones y a los que han quedado a las puertas con carácter interino. Porque está harto demostrado que los que llegan a la Administración por la puerta de servicio suelen ser los más ineptos y los que nunca han sido capaces de obtener un logro laboral en una empresa privada. Algo que también podríamos hacer extensivo a una gran parte de la llamada clase política, amparada bajo unas siglas y colocada en la parrilla de salida en un puesto con garantías de opciones para una poltrona.

Establecida la distinción entre funcionario de carrera y enchufado (también llamado asesor), podríamos hablar de los que laboran en empresas privadas con la incertidumbre y la indefensión por minoración de derechos laborales establecidos por decreto gubernamental; aunque aquí hago la salvedad de los auténticos empresarios que entienden que la buena marcha de sus empresas dependerá de la integridad y el buen clima laboral entre empleador y empleados. Algo imprescindible para sacar del marasmo a nuestra castigada economía, que se debate entre las vergonzosas inyecciones de capital público a la banca privada y la amnistía fiscal a los multimillonarios defraudadores. Para que luego sigan sin conceder créditos, los primeros, y continúen enriqueciéndose sin generar empleo, los segundos.

En cuanto a los parados, esa hez vaga y explotadora de los recursos públicos (derechona "dixit"), se les castiga con el recorte de su prestación por desempleo, a partir del sexto mes, para que se incentiven en la búsqueda de trabajo. Un trabajo inexistente por el que se aconseja a todos, especialmente a los más jóvenes, a emigrar a otros países con mayor renta per cápita y dejar huérfana la necesaria renovación generacional; imprescindible para la buena marcha de un país. Citamos en último lugar a los dependientes sociales y a los pensionistas. Con todo lo que está cayendo y pese a la sangría progresiva recaudatoria contra los mismos de siempre (la clase media, cada día menos media), resulta evidente que a medio plazo, por no decir ya mismo, el desequilibrio poblacional entre los que laboran y los que perciben prestación social se va haciendo cada vez mayor. De modo que llegará el momento que ni el Pacto de Toledo ni las Mil y una Noches van a poder enjugar tal despropósito. Con lo que no auguro nada bueno en el horizonte social, ya de por sí bastante mermado con las últimas medidas del Gobierno (copago farmacéutico, recortes sanitarios y congelación de pensiones). Y a todo este maremágnum habrá que añadir los enfervorizados aplausos de los corifeos de Rajoy en el Congreso, ante la exposición verbal de cada uno de los jirones sociales que nos iba arrebatando con mal disimulada saña. Y como guinda el "que se jodan" de la diputada Andrea Fabra, pese a que haya rectificado y atribuido el exabrupto a la bancada socialista. Y todo ello con el beneplácito del monarca español, presente en este acto de trasvase de rentas del trabajo hacia las del capital, acentuándose así el imparable saqueo nacional.

Evidentemente, no estamos en guerra, aunque estén estallando conflictos laborales aislados (cuando escribo, en el canal autonómico valenciano). Pero algo me dice que la Asociación Unificada de Militares Españoles (AUME) está expresando en los medios de comunicación una clara advertencia contra las medidas del Gobierno. Y no quisiera retrotraerme a la historia acontecida en nuestro país en la primera mitad del siglo pasado. Y esto me recuerda, por si fuera poco, que ahora nos tocan hasta los huevos, con un incremento del 50% en el precio. Pues eso.