HACE un mes llamé a un banco cuyo nombre consta de cuatro letras y posee un par de oficinas -eso creo- en el Puerto de la Cruz. Tengo abierta una cuenta en esa entidad, si no me falla la memoria, desde hace más de veinte años. Antigüedad, en cualquier caso, que no me exime de un sablazo de 50 céntimos de euro por cualquier operación que haga, amén de otras comisiones bastante jugosas. En mi llamada pedí hablar con el director. El señor director estaba ocupado. Pensé para mis adentros que le estaría colocando una participación preferente -o producto similar que lo han obligado a vender by pelotas- a algún incauto rezagado. El otro día se quejaba amargamente una periodista, contertulia de un conocido programa de televisión, de que la directora de su sucursal le había vendido una de tales participaciones y la había engañado no como a una china, porque a los chinos no hay quien los engañe, sino como a una cretina. Joder, me dije; si eso le ha hecho a esa señora una amiga, qué no harán conmigo y con unos cuantos millones más de pequeños diablos que sobrevivimos como podemos en este país. Fermín Bocos, sin ir más lejos publicaba ayer en este mismo periódico un artículo titulado "El timo de las preferentes" que lo decía todo.

En fin, como el director del banco con nombre de cuatro letras y un par de oficinas en el Puerto de la Cruz no podía perder un minuto de su valioso tiempo en hablar conmigo, me ofertaron la opción del director comercial. Qué se le va a hacer, pensé. No obstante, como el jefe de los comerciales también estaba ocupado, me atendió una señorita -o señora- con una amabilidad exasperante. Haciendo gala de una paciencia que no me apetecía tener, le expuse mi caso y añadí que el banco no era mío -ojalá-, por lo cual la potestad de fijar las comisiones la tenían sus directivos. Mi única opción como modesto cuentacorrentista es, y así se lo expresé a la señora o señorita, aceptarlas o mandarme a mudar. Lo único que quería saber, por mi parte, era si iba a seguir pagando medio euro -más de ochenta pesetas- por apunte, para en ese caso cerrar la cuenta y ya, como diría un chamo.

Andaba en tales trances cuando, oh milagro, el director comercial quedó libre y se puso al teléfono. Me dio mil explicaciones acerca de que el sistema aplicaba las comisiones automáticamente. Bastaba con que hiciera un ingreso mensual a partir de cierta cantidad, domiciliara un par de recibos más -eso ya lo había hecho a partir de una conversación anterior- o utilizara la tarjeta de crédito al menos cinco veces en tres meses para que todo se solucionase automáticamente. Indicaciones que seguí al pie de la letra con el automático resultado de que, a más operaciones con las mismas comisiones de siempre, más cargos por apunte. Pollaboba que sigue siendo uno.

Se pregunta un personaje de "La noche de los tiempos" -novela de Muñoz Molina- por qué en el Madrid republicano las masas quemaban las iglesias pero no los bancos. Cuestión trasladable a día de hoy con solo una sutil modificación: ¿por qué la gente se manifiesta ante los partidos políticos pero no delante de los bancos? Pregunta de respuesta sencillísima sobre la que prometo volver otro día.

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