QUE A LA GENTE le guste leer lo que escribe don Arturo Pérez Reverte no es una sorpresa. No porque don Arturo se siente en uno de los mullidos sillones de la Academia. Tampoco porque sus artículos me parezcan trascendentes, que tampoco lo son. Al menos en la opinión de quien esto escribe. Pero tiene el hombre buen estilo, es ameno, amenísimo cabría decir, y se encuentra uno en sus trabajos algo que no se nos había ocurrido y que nos llena, al menos, de curiosidad. En su artículo del 27 de mayo y en la revista XL Semanal, que siempre leo, emplea el académico lo que a mí me parece (tal vez no lo sea) un giro canario en un párrafo de su trabajo. Vean ustedes: "Acaba de pasar un chino de Lavapiés, hincha del Real Madrid, con un acento castizo que te vas de vareta".

¿Por qué escribiría el notable escritor peninsular la palabra vareta? No la recoge en su diccionario doña María Moliner. Tampoco el Panhispánico. Por lo que respecta al DRAE, su lectura se me convierte, como me ha ocurrido muchas veces, en eso que dice que "es peor el remedio que la enfermedad", porque ofrece cuatro acepciones de tal voz, nada menos que cuatro, pero ni una sola con el significado que le damos a tal palabra los canarios. Don Arturo, en cambio, sí. Para la Academia, eso de irse de vareta, en singular, significa, entre otras cosas, tener diarreas. Estoy hablando en serio.

Visto mi fracaso, opto por consultar un diccionario de canarismos y, después de alguna que otra decepción, Marcial Morera, en su "Diccionario histórico-etimológico del habla canaria", ofrece catorce renglones del vocablo, utilizado en Canarias en plural (por lo menos en Garachico). Irse de varetas es tanto como "irse o caerse una persona o un animal de espaldas y con las patas para arriba", que es, me parece a mí, lo que quiso decir el señor Pérez Reverte en el artículo del que me vengo ocupando.

Pero en sus catorce renglones, Marcial Morera no da otro significado a la palabra cuestionada. Y en mi pueblo, aunque cada vez menos, juega otro papel. Justamente el que nos ofrece José Luis Concepción en su "Diccionario canario de la Lengua". Para José Luis significa "arruinarse". Y para nosotros también. Más de una vez he oído frases como esta: "Desde que se dio a la bebida, el negocio de Manuel se va de varetas". Los menos finos dicen que se va de culo o se va p''al carajo. También que se va a hacer puñetas. Ustedes elijan la palabra que les parezca más elegante. Pero sigo sin saber por qué extraños motivos utiliza el académico peninsular esto de vareta. Un poco rarillo me parece.

Otros dos detalles me han llamado siempre la atención en el estilo de Pérez Reverte: el uso, bastante frecuente, frecuentísimo de palabrotas y más palabrotas y las numerosas disidencias que mantiene con algunos de sus compañeros de Corporación en Felipe IV. Pero como de esto último he hablado ya, y en más de una ocasión, voy a pasar a lo de las palabrotas, que no son coño, carajo y puñeta, sino algo más sonadas. Es frecuente leer en él cosas como estas: "Está en la puta calle", "los tiene bien puestos y siempre lo demuestra", "que le den por...". Y cositas así. Debe tener venia de la Academia. A pesar de los pesares, leo con agrado los artículos de este hombre porque no me aburren. No están los tiempos para complicaciones. Aparte de que no he sido yo precisamente quien ha descubierto a don Arturo como escritor. Sus antecedentes en esto de las palabras malsonantes deben estar, no solo en Cela, sino en Umbral. Es una opinión, aunque vayan ustedes a saber si se ha ido a "El lazarillo de Tormes" o a alguna otra obra de la época.

De que Pérez Reverte siga escribiendo cómo, éste, ése y aquél con tilde ya he hablado. Así que lo dejaremos. El señor académico es muy dueño de hacer de su capa un sayo. Sobre todo si se tiene en cuenta que esta costumbre la tiene don Arturo muy arraigada. Además, si don Manuel Seco, que también es académico y autor de un excelente diccionario, se permite el lujo (o la libertad, como ustedes quieran) de disentir, una y otra vez, de sus compañeros de Corporación, a nadie debe extrañar que lo haga también don Arturo. Lo malo es que las disidencias entre los académicos las solemos pagar nosotros, los lectores, que no sabemos a qué carta quedarnos.

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