LOS CUBANOS -Cuba vuelve a estar de moda estos días- se lo piensan dos veces antes de divorciarse. No porque legalmente les resulte difícil -en absoluto-, o porque exista afición en la Gran Antilla a la monogamia y a las relaciones para siempre -más bien lo contrario-, sino porque en ese país, tras más de medio siglo de paraíso del proletariado y otras verdades dudosas, sus habitantes siguen padeciendo una escasez alarmante de viviendas. Tanto es así, que algunos matrimonios se divorcian pero siguen viviendo juntos en la misma casa. No me pregunten qué ocurre cuando alguno de ambos ex cónyuges, o los dos, decide o deciden iniciar una nueva relación, porque realmente no lo sé aunque conozco un par de situaciones bastante variopintas.

Como por la gracia de Dios -o de la prima de riesgo- vamos camino de estar más cerca de Cuba que de la Europa rica, en España está descendiendo el número de rupturas matrimoniales. Leo que los divorcios registrados en 2011 se situaron en los mismos niveles de 2003; un año en el que las desavenencias conyugales no eran tantas. ¿Motivo? El mismo que el sufrido por los caribeños: los costes de mantener dos viviendas resultan imposibles de asumir en esta situación de crisis. Cabría pensar, razones económicas al margen, que las penurias crean situaciones de crispación propensas a los desacuerdos y que, en sentido contrario, durante los períodos de bonanza monetaria la gente se vuelve más tolerante. Parece, empero, que la economía manda sobre la sociología. Al menos, pues no hay mal que por bien no venga, a cierto fotógrafo amigo posiblemente no le volverá a suceder lo que le pasó hace algunos años. Fue a entregar el reportaje de una boda apenas un mes después de celebrarse y se tuvo que quedar con él porque los protagonistas ya se habían separado. Desde entonces procura acabar el trabajo cuanto antes. En cualquier caso, el número de divorcios se mantiene estable en Canarias.

No hay mal que por bien no venga, cierto, pero algunos vicios deberíamos corregirlos antes de recibir el palo. No quiero decir con esto que divorciarse sea un vicio. ¿Lo es el comer o tomarse un vaso de vino mientras se come? Por supuesto que no. Sí lo es comer o beber en demasía. Como lo es todo lo que suponga adoptar una solución fácil aunque no sea la más conveniente. Vivimos en una sociedad que venera el hedonismo. Nada más lejos de mi intención volver a Séneca y a los estoicos, pero a nadie sensato se le escapa que muchos de nuestros problemas actuales se solucionan con paciencia y perseverancia. De hecho, muchísimos de esos problemas no los tendríamos si hubiésemos sido un poco más austeros.

En definitiva, si la gente puede aguantar ahora más tiempo sin divorciarse, también podía hacerlo antes cuando la primera medida ante la menor discusión era ir al juzgado. Una forma de vida superficial que posterga cualquier proyecto de futuro para satisfacer el placer de lo inmediato. Ojalá la crisis, con todo su vandalismo económico y social al margen, sea capaz de sacarnos de este y otros yerros.

rpeyt@yahoo.es