EL TEMA es bastante conocido a estas alturas pero lo resumo para los rezagados. A finales de junio de este año la Comisión Europea (algo así como el Gobierno de la Unión Europea, aunque quienes forman parte de ese organismo no mandan un carajo) envió a España un dictamen motivado (el último paso antes de una denuncia en los tribunales comunitarios) para que complete la adaptación de la normativa que obliga a dotar a las jaulas para las gallinas ponedoras de elementos que mejoren su bienestar. El ultimátum también lo recibieron Bélgica, Grecia, Francia, Italia, Chipre, Hungría, los Países Bajos, Polonia y Portugal. Los burócratas de Bruselas acusan a estos países de no haber aplicado la Directiva que prohíbe utilizar jaulas no acondicionadas. La nueva legislación establece que a partir del 1 de enero de 2012 todas las gallinas ponedoras deben estar en jaulas con más espacio para anidar, escarbar y aselar. Cada gallina dispone al menos de 750 centímetros cuadrados de superficie de la jaula, un nido, una yacija, aseladeros y "dispositivos de recorte de uñas", que le permita "satisfacer sus necesidades biológicas y de comportamiento".

Considerando que no todos los países son tan incumplidores como los diez citados, los miembros de la Comisión muestran satisfacción ante los esfuerzos realizados por los estados miembros que sí están observando las normas. Al mismo tiempo, recuerdan que el pleno cumplimiento por todos los países europeos es esencial para evitar distorsiones del mercado y competencia desleal.

He empleado adrede la expresión "burócratas de Bruselas". Confieso que miré con cierta ojeriza a Margaret Thatcher cuando la dama de hierro la utilizó siendo primera ministra británica. Muchos años después estoy pensando que tenía razón. Para empezar, da igual que nuestras ponedoras gallinas cuenten con más espacio en sus jaulas, amén de esos dispositivos de recorte de uñas que les satisfagan sus necesidades de comportamiento. Ni en una película de Cantinflas, el gordo y el flaco o Torrente, juntas o por separado, se encuentran situaciones tan hilarantes como esta parida legal. Con las uñas arregladas o hechas un adefesio, las gallinas permanecerán en jaulas sin más porvenir que poner huevos mientras puedan hacerlo. Luego, se acabó. Así de fácil. Así de fácil porque somos la especie depredadora por excelencia. Unos 46.000 millones de animales sacrificamos cada año, sin contar las pesquerías, para satisfacer nuestra demanda de proteínas. Por ahí, la Directiva europea sobre las comodidades de las gallinas es un mero brindis al sol, aunque una pollabobada con consecuencias perversas.

De entrada, asistimos a un desabastecimiento de huevos en los supermercados. Muchas granjas españolas -y de los otros países mencionados- han tenido que cerrar porque no están en condiciones económicas de adaptarse a la nueva ley. Un hueco en el mercado que se llenará con producciones de terceros países cuyos huevos, además de ser puestos por gallinas en condiciones vitales mucho más incómodas que las europeas, tendrán bastante menos controles sanitarios que los nuestros. Eso sí, los burócratas de Bruselas han podido justificar unos sueldos -los suyos- tan generosos como inútiles.

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