HAY PROPUESTAS políticas que están destinadas al fracaso desde el mismo momento en que alguien las formula. Acaso incluso quien las propone sabe perfectamente que no van a salir adelante porque en el fondo, para qué andarnos con rodeos, ni a él mismo le interesan que prosperen.

Propuestas, por ejemplo, como la de reducir casi a la mitad el número de escaños en el Parlamento de Canarias. Ignacio González, líder del CCN, quiere que sean 32 en vez de los 60 actuales. La iniciativa no ha tenido ningún apoyo por parte de las demás fuerzas políticas presentes en la Cámara regional ni tampoco, por increíble que parezca, la secundan los principales sindicatos. Aunque, bien pensado, de increíble nada. Los menos interesados en que cambie algo en este país son los partidos y los sindicados, al menos mientras sigan recibiendo jugosas subvenciones estatales.

"Un disparate propio del oportunismo". Así han calificado esta propuesta los principales líderes políticos. La han calificado en privado; en público no se han atrevido a decir nada. ¿Rasgarnos las vestiduras ante esto? ¿Por qué? ¿Ando mal de memoria o fueron casi esos mismos diputados regionales -algunos han cambiado pero otros siguen-, junto con las correspondientes diputadas, quienes se subieron el sueldo cuando la crisis ya daba zarpazos de tigre? Lo peor no fue esta desvergüenza; lo peor fue que reprobaron a este periódico por haberles afrentado la iniquidad. Cosas de la política. Sí, ya sé que luego se han reducido los emolumentos. Lo suficiente para que a día de hoy cualquier señoría cobre 2.700 euros netos mensuales, dietas aparte. ¿Cuántos titulados superiores españoles cobran esa cantidad?

Dicen los diputados del Parlamento de Canarias que existen ahora cosas más importantes de las que ocuparse. Lo dudo. No porque sea prioritario ahorrar un puñado de euros a costa de mermar casi en un cincuenta por ciento la representación parlamentaria, sino por el valor que tendría la medida como gesto. Y si para ello hay que modificar el Estatuto de Canarias, se modifica. Ni el Estatuto de Canarias, ni la Constitución española son las tablas de la ley cinceladas en piedra que Dios le entregó a Moisés en el Sinaí. Las leyes están hechas para el hombre y no el hombre para las leyes, si esta última premisa supone someternos eternamente a lo que un día legislamos porque entonces resultaba necesario pero que en la actualidad se ha quedado obsoleto o, en el mejor de los casos, resulta temporalmente inconveniente.

Los gestos siempre son importantes pero más que nunca en estos momentos, insisto, porque se les está pidiendo a millones de personas sacrificios muy duros. Está claro, sin embargo, que los políticos no están por la labor. Ni menos diputados en el Parlamento, ni menos concejales en los ayuntamientos. Con las cosas de comer no se juega. Para atrás, ni para coger impulso, como dice de vez en cuando Fidel Castro. Así le va a Cuba. P''alante; siempre para adelante. Lo que hay que hacer no es reducir sino aumentar en diez o doce el número de señorías vernáculas, como propone un tal Carmelo Jorge, al parecer secretario de Economía y Políticas Sectoriales de CC.OO. Hombre, ya que estamos, ¿por qué no liberamos a algunos enlaces sindicales extra, eso sí, siempre con cargo al empresario?

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