HAY ENFERMEDADES físicas y mentales, y ambas se pueden padecer de manera individual o colectiva. Simplemente pensemos en las epidemias. Por lo tanto, hay locuras personales y también sociales. Después de ver, el pasado sábado, unas imágenes colgadas en la Red sobre la actuación de una dotación de bomberos de Madrid he llegado al convencimiento de que buena parte de la sociedad española está loca de atar. Los hechos, ampliamente conocidos y en estos momentos investigados por el Ayuntamiento madrileño, son esencialmente muy sencillos. Una manifestación contra los recortes del Gobierno, un tanto violenta, acaecida el 19 de julio, varias cargas policiales contra los manifestantes que se exceden en sus derechos y empiezan a quemar lo que encuentran por delante, un camión de bomberos que llega a una calle en la que arden algunos contenedores de basura, unas pancartas colgadas de dicho camión por los propios bomberos contra los recortes, un miembro de los servicios contra incendios que desciende del vehículo, mira lo que hay a su alrededor y decide desentenderse, el camión que se marcha del lugar, un sanitario del SAMUR que coge un extintor y se pone a apagar las llamas, un bombero que vuelve a bajar del camión no para ayudarle sino para impedir que extinga el fuego -increíble pero cierto; para que luego diga alguien que la realidad no supera la ficción- y una individua energúmena -aunque llamar energúmena a esa individua es un insulto para los auténticos cretinos- que arremete contra el sanitario y lo increpa de mala manera porque no está haciendo su trabajo sino algo que no le corresponde. Me pregunto si un bombero que ve a una persona desangrándose sobre una acera debe pasar de largo porque, como no está en llamas, no es asunto suyo.

Vaya por delante que la energúmena -y la llamo imbécil no por ser mujer, sino por ser la idiota que es, sin que su mermada capacidad mental tenga algo que ver con su sexo; el bombero masculino que la ayudaba en su acción de impedir lo que estaba haciendo el sanitario se comportaba de una forma más deleznable que ella- no quería que alguien ajeno al cuerpo de bomberos apagase las llamas por una mera cuestión de competencias de gremio, pues eso es lo de menos, sino porque un contenedor de basuras ardiendo le da por las narices a los responsables políticos de moderar un gasto quizá -no lo sé con certeza- incrementado más de lo debido en tiempos de bonanza económica. Bien es verdad que resulta más inocuo dejar que las llamas consuman una papelera tras una algarada, que asaltar el Cabildo de Tenerife mientras la Corporación celebra una sesión plenaria. Ya puestos...

Hechos como estos son lamentables en sí mismos, qué duda cabe, pero lo peor es que muchos, muchísimos, siguen sin enterarse de qué va el nuevo rollo. O el royo, como dice un amigo sevillano de pura cepa. Y el rollo es que va a haber muy poco dinero público en los próximos años para mantener tantas prebendas obtenidas, de buena gana o con tirón, tras décadas de generosas negociaciones colectivas.

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