AL FIN está haciendo José Manuel Bermúdez, alcalde de Santa Cruz, lo que debe: defender a su ciudad y a su isla por encima de los intereses de su partido. De los intereses de Paulino Rivero y sus pactos postelectorales, para entendernos. Me alegro y lo apoyo. Lo único que me sorprende es su ingenuidad respecto a las intenciones de Las Palmas. “No entiendo cómo las autoridades de Gran Canaria no están a favor de que Tenerife también esté en esa Red”, ha manifestado el primer edil santacrucero res- pecto a la no inclusión del principal puerto tinerfeño, ni de ninguno de sus dos aeropuertos internacionales, en la Red Transeuropea del Transporte. “Solo desde una posición que quiere ser hegemónica –añade Bermúdez–, con un único puerto principal en Canarias y todos los demás dependiendo de él, es entendible la posición que han adoptado algunas autoridades grancanarias. Si lo que se pretende es que solamente exista un gran puerto que se beneficie de las inversiones europeas y nosotros dependiendo de él, sí que me tendrán en contra”. A buenas horas se ha caído del caballo el señor Bermúdez no camino de Damasco sino de Las Palmas, la capital amarilla grandísima en todo. Miren ustedes, señores políticos de Tenerife (y no lo digo por el alcalde de Santa Cruz ni por el presidente del Cabildo, que han hecho y están haciendo lo que deben): a los políticos de Las Palmas, al pijo, al de los pijamas y a todos los demás, no les vale recibir 80 millones de euros si Santa Cruz –o Tenerife en general– se va a beneficiar aunque solo sea con 50. Ellos prefieren obtener la mitad de lo que les van a dar en Bruselas, o incluso la cuarta parte, con tal de que la principal isla del Archipiélago en cuanto a extensión, número de habitantes y afluencia turística no consiga ni un céntimo. No se trata –y es ahí donde peca de cándido Bermúdez, al menos de cara a la galería– de que progresen ambas capitales; el objetivo es anular a Tenerife en todo sea como sea. Decir esto no es fomentar el pleito; es radiografiar la realidad. ¿A cuántos políticos de Las Palmas les han oído manifestar en los últimos días que si hay que darle algo a Tenerife, pues que se le dé, pero a cambio de no mermar la asignación al puerto de la Luz? A ninguno. Solo Román Rodríguez ha abogado tímidamente porque se flexibilicen los criterios para no ahondar el pleito interprovincial, pero poco más. Sabe el líder de Nueva Canarias que sus votos los tiene en Las Palmas. Por cierto, ya que hablamos de votos, ¿dónde residen quienes votan por los políticos tinerfeños del PP, miserablemente callados respecto a este asunto porque si osan abrir la boca los electrocutan ipso facto? Lo malo es que la gente de Tenerife suele tener mala memoria; tan mala –o acaso tan cobarde memoria–, que a la hora volver a votar posiblemente nadie se acuerde de nada. Posiblemente ni siquiera recuerde la ciudadanía nivariense por qué un otrora pujante puerto ha sido reducido a un embarcadero de paquetería, a conveniencia del empresariado y de la clase política de una isla que lleva cien años tratando de imponer su hegemonía sobre las demás. Aunque la memoria siempre ha sido frágil. rpeyt@yahoo.es