CONFIESO que al escribir el título del comentario, no he podido evitar un escalofrío que me ha recorrido toda la espina dorsal, cual si se tratara de una escena culminante de una película de terror. Y no es para menos, dadas las perspectivas para este mes que se avecina. Mes de veneración a los Cristos y celebración de las vendimias, y también de calvarios para todas las familias que tengan hijos en edad escolar. Para empezar con los recortes y encarecimientos, tenemos que ante la carencia del servicio de recogida temprana, para que los padres puedan compatibilizar el horario de su cada día más escaso trabajo, no les queda más remedio que financiarlo entre todos. De modo que se presupone un coste mensual añadido de más de 20 euros por alumno, a lo que hay que sumar la ausencia del llamado refuerzo escolar por falta de presupuesto, además de la inevitable subida del precio de los libros y uniformes, penalizados por las subidas del IGIC, en Canarias, y el IVA, en la Península. Lo único que, al parecer, va a permanecer invariable se refiere a la subvención para el servicio de comedor, que seguirá siendo de 42 euros por alumno y mes. Tampoco habrá la suficiente plantilla de docentes para efectuar las sustituciones y bajas por enfermedad, y hasta la propia Fitapa baraja el proyecto de legalizar los llamados contratos de voluntariado para suplir con personas que de forma altruista puedan ejercer de educadores de ciertas materias. Algo que, a mi juicio, reduciría aún más las posibilidades de empleo para un docente profesional en paro o en interminable lista

de espera. Pero no acaban aquí los desafueros, porque el actual ministro de Educación, José Ignacio Wert, está dispuesto a subvencionar a los colegios que reimplanten la modalidad de segregación por sexos. Una medida a todas luces inconstitucional, rechazada también por el Tribunal Supremo, que ahora se pretende llevar a la alta instancia del Constitucional para tratar de eliminar lo establecido por la propia Constitución española, votada en su día por consenso de todas las fuerzas políticas.

Aquí hago un paréntesis para recordar mis propias experiencias escolares en los cuatro centros por donde pasó mi educación Primaria y Secundaria. Del primero de todos, el colegio Alemán, guardo los mejores recuerdos, no solo por su característica laica, alejada de todo fanatismo religioso, sino también por la metodología de su enseñanza, mucho más avanzada que la de los colegios privados de La Salle o de los Escolapios, cimentados a golpe de reglazo, rosario, letanía y misa diaria. Todo un logro pedagógico, el alemán, que se destacaba años luz de los privados nacionales. De la igualdad de sexos de este, pasé en mala hora y de forma brusca a considerar a las alumnas como seres distantes e inferiores, objeto de tentaciones pecaminosas. Al menos eso es lo que nos predicaban aquellos educadores de sombrías túnicas y miradas permanentemente hoscas (con excepción de algunos, que se podían calificar como verdaderos santos). Nada bueno tengo que recordar de ellos y sí de los condiscípulos que tuve y las anécdotas compartidas. Compañeros que aún reconozco con alegría cuando me los cruzo de forma casual por la calle. Por fortuna, por causa de una brutal paliza propinada por un religioso sobre mis tiernos 8 años en La Salle-San Ildefonso, y el deseo posterior de formarme con más libertad que en el ámbito escolapio, me llevaron finalmente al Instituto de Segunda Enseñanza. Allí logré renovar de nuevo el instinto natural de compartir lo cotidiano con el sexo opuesto, si bien reconozco que al principio me costó un poco readaptarme a los logros de mi desaparecida etapa infantil en el Colegio Alemán. Después vendría la Enseñanza Superior, pero esto ya es otra historia.

Si el lector ha tenido la paciencia de leer este último párrafo y ha hecho suyas algunas de las experiencias mencionadas, comprenderá que volver a la segregación de sexo en los colegios supone un retroceso que afecta a la conducta social del propio alumno, además de una duplicidad costosa e inadecuada de medios para la propia separación. Facilitar el concierto con el Estado de estos centros retrógrados equivale a una vuelta a la caverna conservadora, muy propia de ciertos personajes que no dudan en descargar el peso de sus arbitrarias decisiones sobre las economías familiares más necesitadas, mientras se dan golpes de pecho en cualquiera de los oficios religiosos a los que suelen acudir. Y como bien decía un buen amigo y creyente: “Que Dios me libre de estos hipócritas meapilas”.

No sé, aunque lo presuma, si este último retrato se puede aplicar enteramente al actual Gabinete de Rajoy, pero a juzgar por el ejemplo de la ministra Bañez, sobre un sueldo de 8.000 euros como tope para no recibir la ayuda salarial del plan Prepara, y la reciente del diputado gallego Guillermo Collarte, también del PP, declarando que “las pasa bastante canutas con 5.100 euros al mes”, llegamos a la absurda presunción de que toda la ciudadanía recibe un salario equivalente. Lo que nos reconduce a dividirnos en ciudadanos acomodados y en hipócritas consumados que pretenden convencernos de semejante mentira. Y, mientras tanto, seguiremos esperando esa reacción popular necesaria para remover las conciencias políticas y matizar las decisiones de estos tiranos económicos que tenemos gobernando por la voluntad o dejación de nuestros votos. Hay demasiados que ni volviendo al colegio lograrán aprender jamás.