Los líderes por sí mismos, como personas carismáticas, están en declive. No son operativos. Estos líderes a la antigua usanza se creaban y muchas veces desde la nada, teniendo para ello los dispositivos necesarios, como propaganda, dinero y apoyos diferentes desde el acolitismo y el "embabecamiento", pero las circunstancias histórico-políticas son otras. El liderazgo lo debe tener la organización; si la organización no funciona, no hay líder que triunfe ni que destaque, y si lo hay apenas sirve para algo. La organización es la que debe funcionar de manera tajante y concreta, teniendo claro qué objetivos hay que perseguir, qué tramos hay que recorrer para llegar y, sobre todo, si existe capacidad en las personas de la organización para creerse que están en el camino de ejecutarlos o, simplemente, están por estar en la mediación y en el compromiso diluyente.

Y el mejor líder del nacionalismo canario, el que tiene que ejercer su función y misión, no es tal o cual persona, es el mismo nacionalismo, y más en estos momentos, donde la confluencia es perentoria y vital. Si el nacionalismo canario fuera capaz de ser protagonista de su historia; si el nacionalismo canario fuera capaz de entender de una vez por todas que los tiempos se disparan en el inconformismo; si el nacionalismo canario se diera cuenta de que hay que reubicarse en un fuerza común para decidir y dejar atrás cuestiones fastidiosas y personales, habremos encontrado al líder que se necesita.

Los agitadores, los salvapatrias, los que enarbolan proclamas, aunque sean populistas (y hay ejemplos a montones), hoy no tienen nada que hacer. El enemigo de los gobiernos no es la gente; los gobiernos y, sobre todo, los centrales, están gafados de miedo. No por revueltas y manifestaciones "sanchezgordilladas", puesto que saben que su poder se tambalea no por ello, puesto que, además, les sirve de pretexto para exigir a los que tienen el dinero que le presten más, porque la situación empeora. No, los verdaderos enemigos de los gobiernos (y a los que están sometidos) es al poder financiero, a los grandes bancos y especuladores, que los tienen en un puño, y apenas lo abran se caerán con todo su equipo.

El nacionalismo canario tiene personas, muchas, dentro de las distintas organizaciones nacionalistas capaces de enderezar los entuertos producidos unas veces por las circunstancias socio-históricas de aquí y otras de allá, pero hoy de nada vale empinarse sobre los talones y sacar la cabeza sobre los demás pensando que se es un elegido por los dioses o un superhéroe que estaba en la oscuridad esperando a que se señalase con el dedo, porque, de ser así, lo que espera es el inmovilismo y el traperismo decadente. El liderazgo existirá cuando todos ellos y sus organizaciones sean capaces de ser protagonistas de sus decisiones; cuando las organizaciones nacionalistas se percaten dónde están, qué pretenden y, eso sí, hablando el mismo lenguaje, con coherencia y contundencia. En ese momento, el nacionalismo será el único líder. Los liderazgos no nacen, se hacen. El líder puede decir que hay que ir por este o aquel sendero, pero si los que tiene alrededor opinan lo contrario, la cuestión se queda en eso, en nada, en lo mismo de siempre; pero si se camina hacia el mismo objetivo, si se tiene claro lo que queremos hacer con Canarias, el líder carismático sobra, porque quien toma el relevo es simplemente la acción, la política con mayúscula, en definitiva, el nacionalismo.